Eccediciones
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Ya no estamos en Kansas

Therese, una de las hijas de Blanca y el Lobo Feroz, se embarca en una aventura propia y emprende un viaje muy especial en este volumen de Fábulas. Pero a esa historia principal dibujada por Mark Buckingham, el guionista Bill Willingham añade un complemento donde tiene mucho peso el entrañable Bufkin, personaje secundario de la colección desde el principio, cuando ejercía como bibliotecario del Bosque. Este mono volador, antiguo siervo de la hechicera más pérfida de Oz, protagoniza una aventura ambientada en el contexto creado por L. Frank Baum (1856-1919), uno de los más “recientes” de cuantos conforman ese tapiz de cuentos y relatos del que se nutre Willingham. Y el dibujante asignado para dicho complemento es Shawn McManus, viejo conocido de la franquicia que se ocupó de, por ejemplo, Cenicienta: Las fábulas son para siempre.

Baum, aficionado a la escritura desde pequeño (incluso afirmaba que su padre le había comprado una imprenta por el inmenso amor que mostraba hacia los libros), publicó El maravilloso mago de Oz en 1900, y la novela fue un éxito inmediato. Narraba las aventuras de Dorothy Gale, una niña de Kansas que se había criado con sus tíos y que, por culpa de un tornado, viajaba al lejano país de Oz en compañía de su perrito Toto. Su casa aplastaba a la Malvada Bruja del Este, cuya hermana, la Malvada Bruja del Oeste, juraba venganza. Pero lo único que quería Dorothy era volver con su familia, de ahí que emprendiera el camino a Ciudad Esmeralda (por las célebres “baldosas amarillas”) en busca del Mago que la ayudaría a regresar. Durante un periplo plagado de peligros, conocía a tres compañeros de viaje muy especiales: el Espantapájaros, el Hombre de Hojalata y el León Cobarde. Estos tres personajes ponían de manifiesto la moraleja del libro: la búsqueda de la confianza en uno mismo. Para crearlos, el escritor se basó en ciertas experiencias propias, como las pesadillas que sufría de niño y en las que siempre lo perseguía un espantapájaros de dedos larguiruchos. Al final, tras derrotar (y matar) a la Malvada Bruja del Oeste, Dorothy conocía al poderoso Mago de Oz, que resultaba ser un farsante aunque, eso sí, la ayudara a volver a Kansas sana y salva.

Poco sospechaba Baum que la novela trascendería los límites de la literatura hasta el punto de convertirse en todo un icono cultural. A ello contribuyeron notablemente dos adaptaciones: el musical estrenado dos años después y la película de 1939 dirigida por Victor Fleming y protagonizada por Judy Garland, cuya interpretación del tema Over the Rainbow forma parte ya de la historia del cine. Rodado en blanco y negro para las escenas de Kansas y en deslumbrante Technicolor durante toda la parte ambientada en Oz, el filme afianzó la popularidad de Dorothy, el presunto mago y sus compañeros de viaje, y también hizo que la novela pasara a conocerse simplemente como El mago de Oz. Para entonces, el autor original ya estaba muerto, pero había exprimido al máximo el potencial de sus criaturas.

Y es que Baum, presionado por los admiradores que le llenaban la casa de cartas, terminó cediendo a sus peticiones y escribió una secuela, El país de Oz, que vio la luz en 1904. Pero Dorothy ya no era la protagonista, pues tal honor recayó en Tip, un nativo de dicho mundo imaginario que, para aterrorizar a la bruja con que se había criado, intentó crear un espantapájaros. Por desgracia, se quedó sin paja para la cabeza y, en su lugar, utilizó una calabaza. Consciente de lo que pretendía el chaval, la hechicera demostró su poder dando vida a aquel engendro, que desde entonces se conocería como Jack Calabaza. En total, El mago de Oz contó con 13 secuelas, a las que seguirían otras 21 después de la defunción de Baum. Una ferviente admiradora suya, la escritora de literatura infantil, Ruth Plumly Thompson (1891-1976), sería la encargada de continuar con su legado.

Teniendo en cuenta que la propiedad intelectual de El maravilloso mago de Oz caducó en Estados Unidos en 1956, no es de extrañar que, desde entonces, hayan sido muchas las secuelas, las adaptaciones y demás derivados. Y como suele ocurrir, el resultado ha sido dispar. Un buen ejemplo de fracaso estrepitoso fue Oz, un mundo fantástico (Walter Murch, 1985), un filme de imagen real de la factoría Disney que recuperaba a Dorothy Gale y la llevaba de nuevo a aquel mundo fantástico que no había podido olvidar y donde, además de reencontrarse con viejos amigos, conocía a otros nuevos como el ya mencionado Jack Calabaza. En el extremo contrario, tenemos una novela titulada Wicked: Memorias de una bruja mala que escribió Gregory Maguire en 1995. Se trataba de la vida, obra y milagros de Elphaba, la Malvada Bruja del Oeste, solo que en aquel caso no era tan malvada sino, más bien, una víctima de la sociedad. No en vano, en la vida real, los malos y los buenos nunca lo son tanto. Adaptada por Stephen Schwartz y Winnie Holzman, la obra se convirtió en un rotundo éxito de Broadway gracias al musical Wicked. De él han surgido estrellas rutilantes de la escena y la televisión como Idina Menzel (Glee), Kristin Chenoweth (Pushing Daisies) o Megan Hilty (Smash), y sigue llenando el teatro Gershwin de Nueva York después de casi una década de representaciones.

Y donde también aparecen Dorothy y los demás personajes de Baum es, cómo no, en Fábulas. Aunque tardaron en aparecer más allá de cameos puntuales, casi todos ellos se han ido incorporando al reparto de la serie principal o de alguna de sus derivadas. Así, la que fuera una dulce niña de Kansas se convirtió en la principal enemiga de Cenicienta en la citada Las fábulas son para siempre. Y es que, tras matar a dos brujas, Dorothy se entusiasmó con el arte del asesinato y, cuando llegó a Villa Fábula en 1943, se negó a firmar el tratado y decidió seguir su propio rumbo. Llegamos así a este volumen, donde nuestro mono volador favorito comparte vicisitudes con Jack Calabaza y muchos otros personajes que nacieron hace más de un siglo de la mano de un niño grande a quien le gustaba escribir.

Fran San Rafael