Eccediciones
searchclose

Y, el penúltimo hombre

Son varios los sabios que han dicho, más o menos literalmente, que la vida es aquello que sucede mientras tú haces otros planes, una sucesión de eventos que escapan por completo a nuestro control. Yorick, sin ir más lejos, solo pensaba en su querida Beth, en casarse con ella y vivir felices para siempre. Entonces fue cuando una plaga de origen desconocido exterminó a todos los machos del planeta con las excepciones del propio Yorick y de Ampersand, su mono capuchino. Ese suceso sin duda cambió el mundo, y lo cambió para peor, generando un caos sin precendentes, la ruina de la civilización a todos los niveles y provocando una muerte lenta para la humanidad. Uno de los efectos directos en los planes de Yorick fue que llegar hasta Australia, donde estaba Beth, no resultaría nada sencillo, sin modo de contactar con ella, sin medios de transporte fiables y con el problema de ser un hombre en un mundo desesperado por la ausencia de estos (por no mencionar a las hijas de las amazonas). Aun así se puso en marcha con decisión, pero por supuesto el destino volvería a desviarle del camino, pues de repente se convirtió en la única esperanza que le quedaba a la humanidad para recuperar de nuevo el equilibrio. La misión original (encontrarse con Beth) fue sustituida por otra mucho más importante, y aunque fuese a regañadientes y con numerosos tropiezos (¿golpes del destino?) por el camino, podemos afirmar que al término del volumen que sostienes en tus manos esa misión ha sido cumplida con creces.

Yorick ya no puede hacer nada más, y ahora todo está en manos de la Dra. Mann. Nada menos que cuatro años han transcurrido desde el día en que los hombres se extinguieron justo cuando Yorick acababa de pedirle a Beth que se casase con él, sin obtener una respuesta. Cuatro años manteniendo la esperanza en una relación idealizada. Cuatro años en los que Yorick ha tenido una hija con otra Beth. Cuatro años en los que ha reído, llorado y sangrado junto a un grupo de amigas, con la Agente 355 como máximo exponente de esa entrega incondicional. Cuatro años en los que sus planes, sin duda, han cambiado y se han adaptado a medida que se desarrollaban los acontecimientos. Cuatro años que concluirán de un modo u otro en el próximo volumen con la llegada de Yorick a París... Sin embargo la conclusión final no es “Yorick es un muñeco del destino”, sino “Yorick siempre hace lo que siente que es lo correcto”. Hay una cosa que no ha dejado de hacer en estos cuatro años de viajes: tomar decisiones, elegir entre sus deseos y el bien común. Podéis estar seguros de que no va a dejar de hacer aquello que considera correcto ahora que ya ha puesto su grano de arena para asegurar la continuidad de la humanidad. En cualquier caso, ¿quién dice que alguna vez lo correcto y sus deseos no vayan a coincidir?

Hay una cosa que Brian K. Vaughan quiso dejar clara en este volumen: en esos cuatro años dando tumbos por el mundo han sucedido muchas más cosas de las que nos han narrado en estos 54 números americanos. Un ejemplo lo tenéis en esa anécdota que cuenta Yorick de pasada, cuando una tribu de nativos americanos le confundió con un dios, y la Dra. Mann tuvo que rescatarle inventándose una historia plausible (con exceso de verborrea científica, por supuesto). Así podemos inferir que lo que nos han contado es todo aquello que ha sido relevante para Yorick y compañía, los momentos clave de la aventura que han generado un cambio en ellos, los puntos de cruce en los que han llevado a cabo una elección. Es por supuesto un mundo rico en detalles, con más contenido del que se nos ofrece: sin duda Vaughan podría haber “descomprimido” la serie creando una obra mucho más larga comparable a otras sagas del noveno arte que parecen no tener fin como The Walking Dead. Es esa capacidad de dosificación y selección la que le valió tantos elogios en su momento, y la que ha convertido este cómic en uno de los más brillantes ejemplos del medio, así que al contar la anécdota de los indios americanos Vaughan parece estar diciéndonos: “¿Sabéis qué? Han pasado muchas más cosas que podrían haber llenado números enteros, pero esto es lo que de verdad considero importante”. A tenor de los resultados no podemos más que aplaudir su capacidad de selección y dosificación, y su firme voluntad de no estirar el chicle más de la cuenta.

Del mismo modo en que selecciona eventos importantes, Vaughan también ofrece respuestas a los múltiples misterios de la serie, y en este tomo al fin conocemos qué causó la plaga: el Dr. Matsumori abraza una teoría, la de la resonancia mórfica, que años atrás le parecía inaceptable cuando era la Dra. Ming quien la planteaba. La resonancia mórfica no es ni mucho menos una invención de Vaughan, sino que fue concebida por Rupert Sheldrake, un célebre bioquímico y parapsicólogo. Huelga decir que la comunidad científica, al igual que el Dr. Matsumori al principio, rechaza esa teoría tachándola de pseudociencia. En cualquier caso, en el mundo que nos interesa, el del cómic, la teoría parece ser cierta, y en el mismo instante en el que el Dr. Matsumori trajo al mundo al primer clon, la naturaleza se reajustó eliminando a los machos a la velocidad de la luz. Paradójicamente, uno de sus descubrimientos, en principio utilizado para sabotear la investigación de la Dra. Mann convirtiéndose así en el primer científico capaz de crear un clon, se transforma en la salvación de Yorick (y Ampersand), y finalmente de la humanidad. ¿Intervención divina? ¿Otro de los reajustes de la naturaleza? Nunca lo sabremos.

No nos queda mucho más por descubrir, quedan pocas preguntas por responder, y el viaje de Yorick está a punto de llegar a su fin. Eso sucederá en el próximo volumen, cuando al fin Yorick ponga sus pies en París y descubramos el destino de nuestro héroe a la vez que él. ¿Se encontrará con Beth? ¿Qué sucederá? Pensad en todo lo que ha sucedido hasta ahora, en cada cambio y en cada elección, y es probable que lleguéis a una respuesta acertada para cada pregunta.

David Chaiko

Artículo publicado originalmente en las páginas de Y, el Último Hombre núm. 9: Madre patria.