La primera historieta de Hombre apareció en 1981. Por aquellos tiempos, en los que no había ni siquiera internet, fíjense ustedes si ha llovido (frase cada vez menos adecuada, cierto), de cambio climático se hablaba poco, pero se tenía claro que el bombazo podía caer en cualquier momento, habida cuenta de las perlas que se dedicaban los señores Reagan y Brézhnev, decididos a aumentar el miedo atómico hasta lo indecible. Pensar que el apocalipsis estaba cercano no era una visión terriblemente pesimista de la realidad, era más bien una apuesta casi segura a corto plazo a poco que a alguno de estos septuagenarios se les fuera un poco el dedo y apretaran el terrible botón.
El cómic, que siempre fue alarmista y se puso en el bando de los apocalípticos desde muy pronto, ya había tratado el desastre atómico de mil y una maneras, incluso se había permitido enforcarlo desde aproximaciones genéricas tan aparentemente alejadas como el western, por lo que se podría decir que hacer un cómic del oeste crepuscular apocalíptico no parecía algo especialmente original. Sin embargo, Antonio Segura no era cualquier guionista. Es cierto que entonces era un completo desconocido, pero estaba llamado a convertirse en uno de los creadores fundamentales del cómic español. Venía con la mochila bien cargada de lecturas de todos los grandes de los géneros, y la mirada clavada en un nombre: H.G. Oesterheld. Admiraba al gran genio argentino y tenía claro qué es lo que quería contar y cómo, y convenció a un clásico del dibujo valenciano para que ilustrara su propuesta, José Ortiz, que venía de desplegar su talento y su prolífica capacidad creativa para la americana Warren. Y hubo química, vaya si hubo química: Ortiz creyó desde el primer momento en ese escritor que le abrumaba con toneladas de documentación y que sabía muy bien lo que pretendía. Un western apocalíptico sin héroes, donde el mundo estaba sumido en un desastre ecológico provocado por una guerra que empezó en Oriente Medio (no iba muy desencaminado, no), donde la única opción de supervivencia era la ley del más fuerte del rudo oeste. El dibujante valenciano se conocía el género como pocos, había ilustrado la exitosa Los Mitos del Oeste para el mercado americano y tuvo claro que tenía que añadir podredumbre y atmósfera opresiva a aquellas historias de sol luminoso y polvo desértico para poder reflejar el terrible mundo que Segura escribía. Y el guionista sabía que la expresividad de sus personajes estaba garantizada por el vitalista y orgánico trazo del dibujante, por lo que podía lanzarse sin contemplaciones a denunciar todo aquello que esta sociedad estaba destrozando, a reflexionar sobre un futuro que cada vez parecía más inexistente. Su mirada es tan ácida y mordaz como descreída, como la de ese protagonista del que nunca sabremos su nombre, pero sí de su escepticismo, de su poca fe en la humanidad que todavía quedaba.
Entre los dos firmaron una de las obras más importantes del cómic y, sin duda, una de las cumbres del género postapocalíptico, inquietantemente actual y moderna en su lectura. Leer hoy Hombre crea un penetrante escalofrío que sube por la espalda al reconocer que aquello que contaron hace 40 años nos parece hoy una preocupante predicción de un futuro con demasiadas connotaciones de nuestro presente.
Recuperar este clásico es una cuenta pendiente con el patrimonio de nuestro cómic, tan rico en obras maestras olvidadas que es necesario reivindicar.
Texto: Álvaro Pons