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Sandman: Juego a ser tú

La primera vez que vi un ejemplar de Sandman, sentí un escalofrío de reconocimiento: era el cómic que siempre había querido, aunque no sabía que lo quería hasta que lo encontré. Y, según he oído, creo que esa es la definición de literatura: te da placer por sí misma, en contraposición a las obras de género, que satisfacen un apetito ya existente.

Yo ya tenía cierto apetito por los cómics de terror, pero sabía que Sandman no era terror, porque contenía elementos de terror, pero también una sensación de maravilla, de amplitud y de posibilidades. En el terror, si te atrapa lo que te espera, no será bonito. En el reino complejo y lleno de matices de Morfeo, no hay seguridad de nada, ni siquiera de la tristeza. Te puedes encontrar atrapado en una historia cargada de misterio e intriga protagonizada por los más famosos (e infames) seres mitológicos. Puedes vagar por un enclave surrealista y bohemio donde una tímida jovencita con gafas al otro lado de la sala resulta ser una antigua bruja, y los juguetes de tu infancia reaparecen, con proporciones épicas y desangrándose en una acera. O puede que descubras un pasaje de la historia que no aparece en tus libros de texto. Y dada la afición de Neil a realizar búsquedas exhaustivas, puedes estar seguro de que los elementos más marcianos tendrán unos antecedentes fascinantes. Ya se trate de Mazikeen, la diablesa con media cara a la que Lucifer besa con lengua, o de la engañosamente remilgada Tesalia, con un vistazo al Brewer’s Dictionary of Fact and Fable encontraremos resultados interesantes.

Pero lo que quiero decir (desde hace un párrafo) es que cada arco argumental que he mencionado (Estación de nieblas, Juego a ser tú y Fábulas y reflejos) tiene su propio tono, su propio sabor y, en cierto modo, su propio subgénero.

Y también había variaciones sobre las variaciones. Mientras sigues la historia principal, hay pequeños desvíos del camino narrativo. Un internado inglés para chicos que se convierte en lo que muchos han llamado un infierno en la Tierra. O la inteligente antepasado de John Constantine, que acepta una misión de Morfeo, arriesgándose a perder la cabeza, y que termina perdiendo el corazón. (Esto te parecerá mucho más inteligente cuando hayas leído la historia.)

Como pequeño aparte, me gustaría mencionar que Neil me acredita como la inspiración para ese número en particular. Mira, en mi papel de editora adjunta, solía llamar a Neil para preguntarle cosas y él solía tener respuestas. Sin embargo, esa vez no las tenía. “Tienes que decirme lo que escribirás a continuación”, le insistí. “Tengo que escribir lo de ‘y el próximo mes’ en la columna de cartas.” Neil seguía diciendo que no podía decírmelo, porque no tenía ni idea de lo que estaba haciendo. “Me da igual”, le dije. “Invéntate algo.” “Vale”, contestó él, y creo recordar que sonó algo molesto. Entonces murmuró algo sobre Lady Johanna Constantine y la Revolución Francesa, lo que significaba que se tendría que pasar muchas noches realizando una investigación frenética. (Siempre he pensado que tendría que haber un octavo miembro de los Eternos: Entrega [N. del t: En inglés, Delivery. Todos los Eternos empiezan por “D” en el original, de ahí el juego de palabras.].)

Pero lo que es asombroso de las divagaciones de Sandman es que no son divagaciones en absoluto. Esos escolares malditos se reúnen en su vieja escuela por los acontecimientos de Estación de nieblas. Las misteriosas misiones de Morfeo son cada vez menos misteriosas cuando vas leyendo Fábulas y reflejos. Y las historias reverberan tanto hacia delante como hacia atrás. Los personajes, giros argumentales y temas que se ponen en marcha en una historia tienden a vaticinar acontecimientos cruciales que se darán más adelante en la serie, pero también te fuerzan a releer y a comprender acontecimientos previos con una nueva visión.

Y eso es, en gran parte, lo que hace única a Sandman. Contiene una variedad increíble de historias y personajes de diferentes tamaños y texturas, pero también funciona como un todo cohesionado.

Pero espera. Puede que ya hayas oído cosas similares sobre Sandman. Ya te habrán dicho lo rica, lo compleja y lo original que es esta serie. Está claro que las introducciones son para eso: para ofrecer un contexto, un marco de percepción que aporte algo a tu apreciación de la obra.

Cuando yo conocí Sandman, estaba sin contexto ni marco, y no iba envuelta en adjetivos y elogios. Al menos, para mí no era así. Para entonces, el cómic de Neil Gaiman ya tenía muchos seguidores entre los entendidos del cómic, pero no había entrado en la consciencia pública.

Para mí, solo era un cómic. Y aunque supe de forma instantánea que tenía algo muy especial en mis manos, no sospechaba que iba a pasar gran parte de la década siguiente entre los Eternos.

De hecho, en ese momento, estaba bastante segura de que Sandman no iba a tener un lugar privilegiado en mi futuro. Tenía 25 años y estaba nerviosa, intentando quedar bien en una entrevista de trabajo con Dick Giordano, el entonces vicepresidente de DC Comics.

“Vale”, dijo él, “¿qué cómics te gusta leer?”

“Bueno”, murmuré yo. “Me encantaban los antiguos House of Mystery y House of Secrets.” No estaba segura de que mencionar unos cómics que ya no se publicaban fuera algo bueno, pero no se me ocurría otra cosa que decir. Y era una respuesta sincera. De niña, era muy fan de los hermanos anfitriones terroríficos de DC: el siniestro y melancólico Caín y su hermano torpe y tartamudo, Abel. Cuando crecí, me pasé a Heavy Metal por sus gloriosas ilustraciones y a Creepy, Eerie y Vampirella por sus historias cargadas de una rareza esencial y evocadora. Pero leer esos cómics me ofrecía un placer extraño y ambivalente, muy cargado de incomodidad. Las historias no solo estaban escritas por hombres y para hombres, sino que trataban a la mujer como algo diferente a un ser humano. Y no me refiero a que las mujeres fueran hombres lobo, androides o vampiras (aunque lo fueran). Me refiero a que la idea de ser un humano, es decir, estar imbuido de una consciencia o de un alma, era ser un macho.

Mientras estaba expresando todo esto de forma resumida, Dick me dijo: “Si te gustaban Caín y Abel, puede que esto te guste”, y me dio un ejemplar de Sandman. A decir verdad, no recuerdo qué número era. Creo que formaba parte de La casa de muñecas. No recuerdo haber visto a Caín y Abel en ese cómic. De hecho, estoy segura de que no me di cuenta de que los hermanos aparecían en Sandman hasta mucho después.

Lo que recuerdo es que, mientras iba en el metro de camino a casa, lo leí con una clase de abstracción que elimina todos los estímulos exteriores. He aquí un mundo en el que las mujeres tenían el mismo peso emocional y la misma humanidad que los hombres, y una igualdad de condiciones en lo referente a poderes mitológicos y estatus icónico. O sea, Muerte no solo era una hembra... era una mujer. 

Así que me fui directa hasta una tienda especializada y me compré todos los números anteriores. Para cuando me enteré de que había conseguido el trabajo, una semana después, ya estaba enganchada. Ahora, al releer los números que formaron parte de mi época como editora adjunta de Sandman, me abruman los recuerdos. Ahí, en Juego a ser tú, hay páginas que casi me produjeron una crisis de ansiedad porque mi jefa, Karen Berger, estaba de baja por maternidad y yo debía encontrar a un entintador sustituto que encajara con el estilo existente. (Me rescató Dick Giordano, quien, como recordarás, era el vicepresidente de DC cuando no trabajaba como dibujante freelance. Ahora, 16 años después, esas mismas páginas han sido reentintadas para esta edición por Colleen Doran, la entintadora original.) Y luego estaba la viñeta 4 de la página 23 de La caza, descrita por Neil como “van cambiando entre la forma humana y de lobo, corriendo, luchando y haciendo el amor”, que fue interpretada de forma original por el dibujante como una mujer humana y un lobo haciéndolo a lo perrito.

Y luego hay recuerdos más serios, como mis conversaciones con Neil sobre Robert Sheckley, mi escritor de ciencia ficción favorito, durante Juego a ser tú. Hubo una época en la que me pasaba más tiempo hablando con Neil en Inglaterra que con mis amigos y mi familia.

Los años han pasado y ya no estoy en la misma etapa que cuando empecé a leer Sandman, pero esas historias no han perdido ni un ápice de su atractivo para mí. Y aunque el vocabulario que las rodea pueda sugerir lo contrario, estas historias aguantarán el paso del tiempo porque son accesibles. En resumen, Sandman no necesita una maldita introducción.

Para terminar: olvida el marco elaborado, deshazte de los análisis contextuales, finge que nunca has leído esto y disfruta de un cómic realmente bueno.

Alisa Kwitney
Mayo de 2007

Alisa Kwitney fue editora adjunta de The Sandman y editora de Vertigo, y es la autora de numerosas obras de ficción y no ficción, incluyendo Sandman: King of Dreams. Puedes visitarla en www.alisakwitney.com.

Introducción publicada originalmente en las páginas de Sandman núm. 5: Juego a ser tú.