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Punk Rock Jesus

Según afirma el propio Sean Murphy, la idea para Punk Rock Jesus comenzó a rondar su cabeza en 2002 tras leer algunos artículos sobre clonación. “¿Quién podría ser el primer clon humano?”, se preguntó el autor. Y la respuesta, dadas las obsesiones religiosas de la Norteamérica actual, surgió por sí sola. Su vinculación con el mundo de los reality shows fue simplemente el siguiente paso lógico dentro de una sociedad hipnotizada por los concursos de talentos y la constante exposición mediática de las intimidades ajenas. J2, el programa de televisión orquestado por el maquiavélico productor Rick Slate, es una suerte de El show de Truman (la película de 1998 de Peter Weir) protagonizado por “el hijo de Dios hecho hombre”; una idea que bien podría haber inspirado un capítulo de Black Mirror, la serie de televisión que mejor ha captado el zeitgeist ultratecnológico (con los vacíos morales que conlleva) que caracteriza los albores del nuevo milenio.

Murphy parte de esta polémica premisa para vertebrar un relato que no se amilana a la hora de abrir página tras página diversos frentes de debate, algunos aparentemente inconexos entre sí. Desde la influencia en la sociedad estadounidense del creacionismo, doctrina fundamentalista que niega la teoría evolutiva de Charles Darwin, hasta las consecuencias a nivel ecológico del cambio climático, el autor arremete contra los males heredados de un modelo de pensamiento arcaico (llámese religión malinterpretada, capitalismo extremo o terrorismo disfrazado de ideología política) a través de las reflexiones de un plantel protagonista que representa distintos puntos de vista. De este modo Chris, el joven clon de Jesucristo, encarna el ateísmo combativo a través del angst adolescente de una estrella del punk. La doctora Sarah Epstein aporta el punto de vista del científico plegado a las exigencias de la criptocracia religiosa, despreocupado de las cuestiones teológicas en tanto su mirada está puesta en la realidad tangible, mientras que el Dr. Clark, tertuliano televisivo que pone en duda cada nueva revelación nacida en el seno de J2, propone una visión empírica de la no creencia. En el extremo opuesto encontramos a los Nuevos Cristianos Americanos liderados por Daisy Milton: un colectivo respaldado por la Asociación Nacional del Rifle y el Tea Party que deja muy clara la opinión de Murphy sobre los sectores más conservadores del republicanismo estadounidense.

Frente a estas posturas antitéticas, el antiguo combatiente del Ejército Republicano Irlandés Thomas McKael supone un punto de vista puramente emocional: los remordimientos por su pasado homicida (posiblemente inspirado en la novela de Jack Higgins Réquiem por los que van a morir) alimentan un sistema visceral de creencias que funciona más como tabla de salvación personal que como discurso teológico. A pesar de su imagen de tipo duro sin sentimientos (una suerte de Terminator subido a la moto que Kaneda conducía en el Akira de Katsuhiro Otomo), McKael es, en el fondo, el único creyente genuino en una partida de ajedrez a muchas bandas en la que casi todas las fichas, desde los peones hasta las reinas, tienen motivos de dudosa sacralidad por los que adherirse a sus distintas causas.

Es en este balance entre las diversas subtramas que integran Punk Rock Jesus donde descubrimos en Sean Murphy a un guionista pletórico de talento, capacitado no solo para la exposición sin concesiones de una ideología crítica hacia los defectos de la sociedad occidental y su opresivo sistema de valores, sino también poseedor de una sensibilidad especial a la hora de retratar un elenco de protagonistas profundamente humano que evoluciona a través de una impecable lógica dramática. Más conocido hasta la fecha por sus innegables capacidades como dibujante (en títulos como Hellblazer, Joe el Bárbaro o American Vampire: Selección natural) que por sus habilidades literarias, Murphy se confirma en Punk Rock Jesus como un autor total capaz de asumir riesgos que parecen reservados solo a los escritores consumados, y lo hace además desplegando una narrativa compacta alejada de los actuales estándares del tebeo estadounidense. Frente a la tendencia a la descompresión narrativa que inunda los títulos de moda de las grandes editoriales, Murphy propone una mayor densidad de contenidos que consigue que cada uno de los seis episodios que componen este tebeo sea puro alimento para el pensamiento (food for thought, como dicen los angloparlantes).

En oposición a la policromía habitual en las publicaciones de DC Comics, la decisión de emplear el blanco y negro para plasmar este evangelio genético no solo resalta las virtudes expresivas del entintado llevado a cabo por el propio Murphy, sino que redunda en el tono iconoclasta de la obra, una propuesta de marcado carácter satírico (a la manera de las viejas historietas británicas de 2000 AD) y apoyada en una subcultura cuyas imágenes para la posteridad han sido registradas bajo la ausencia de color: fotografías de los Sex Pistols, The Clash, Iggy Pop o The Ramones, figuras icónicas del movimiento punk retratadas en un rotundo blanco y negro. De esta manera, Chris obra su particular milagro de la resurrección al traer de vuelta un género musical que ha vivido tiempos de mayor repercusión, y adapta su agresivo mensaje nihilista a las inquietudes de una sociedad sometida por el dogma religioso. Del archiconocido "no future" de Sid Vicious y compañía pasamos ahora al “Jesús os odia" que la banda del autoproclamado Anticristo punk dedica a los medios en el clímax del quinto episodio.

A la vista de los resultados, no es descabellado afirmar que Sean Murphy ha superado la consideración de promesa del tebeo norteamericano para entrar en la categoría de los autores merecedores de culto. Bajo el paraguas del sello Vertigo y con una carta de presentación al gran público como Punk Rock Jesus, su futuro como artista integral no podría presentarse más esperanzador.

Jero Piñeiro


Previa (portada y cinco páginas interiores) de Punk Rock Jesus.