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Los Invisibles: Di que quieres una revolución

A principios de la década de los noventa, Grant Morrison (Glasgow, Escocia; 1960) abordó un proceso de transformación personal orientado a implementar cambios drásticos en su vida, que tildaba de obsoleta y repetitiva. Aquejado de una ligera depresión crónica, la entrega del último guion escrito para la colección Doom Patrol (1989-1993) propició el contexto idóneo para alejarse durante una temporada del mundo del cómic; tomar perspectiva, descansar y repensar su acercamiento al medio. Porque aunque hoy esté considerada como un clásico del noveno arte, por aquel entonces su etapa al frente de las aventuras de Niles Caulder, Cliff Steele y compañía fue —en palabras del guionista— “completamente ignorada o criticada de forma implacable”.

Los royalties percibidos por las ventas del exitoso Batman: Asilo Arkham (1989) le confirieron la libertad necesaria para afrontar dicho período sabático con tranquilidad, bajo la premisa de tratarse a sí mismo “como a otro personaje pobremente concebido y vagamente desarrollado que necesitara un relanzamiento”. A tal fin, estudió las teorías de Robert Anton Wilson plasmadas en el libro Psicología Cuántica (1990), se interesó por la programación neurolingüística y asistió a clases de interpretación, yoga y taekwondo. Pero también emprendió una serie de viajes alrededor del mundo enriquecidos y equilibrados por un viaje interior más amplio diseñado para engendrar aquello que Arthur Rimbaud definió en Las cartas del vidente como “la confusión sistemática de los sentidos”, con la que el bardo francés buscaba alcanzar trascendencia poética y poder visionario. Morrison llevó dicha pretensión al extremo, afeitándose la cabeza para definir su ahora característico look, disfrutando del anonimato que le proporcionaban exóticos destinos, consumiendo un variado catálogo de alcoholes y sustancias alucinógenas, y realizando experimentos relacionados con la Magia del Caos, que practicaba desde su adolescencia: rituales, travestismo chamánico, invocaciones, etc.

El aluvión sensorial y el bagaje vital acumulado durante esta etapa —inspirada en la existencia bohemia de la Generación Beat— le permitieron escribir cómics que consideraba más personales, desinhibidos y psicodélicos. Proyectos que compaginaba con encargos comerciales generosamente remunerados por las editoriales inmersas en el boom del cómic americano, alimentado por una industria que supo rentabilizar la avidez de especuladores y coleccionistas. Pero la burbuja no tardó en explotar, implicando la necesidad de centrarse en el trabajo de forma más concienzuda. Este cambio de escenario fue asumido por Morrison de buen grado, deseoso de retomar la disciplina y la rutina propias de una serie regular y ansioso por crear una obra que le sirviera de lienzo sobre el que plasmar su nueva visión del mundo. Partiendo, eso sí, de un concepto lo suficientemente amplio como para dar cabida a todas las ideas acumuladas durante su paréntesis profesional: “Un thriller sobre una vasta conspiración de lo oculto ambientado en el mundo real, en la actualidad”.

Debido a la inminencia del nuevo siglo, las corrientes milenaristas estaban en boga, generando un contexto sociocultural en el que se apreciaba cierto pánico expectante. Con su nuevo trabajo, Morrison buscaba “documentar la condición psíquica del mundo desde 1993 hasta el año 2000” y aprehender el zeitgeist, el espíritu de dicha época. También pretendía llevar un paso más allá las inquietudes metaficcionales mostradas en Animal Man (1988-1990), explorando la relación existente entre realidad y ficción mediante una implicación más personal; y para ello, afirma Morrison, estaba dispuesto a “mezclar mi vida, mi apariencia y mi mundo con el suyo, hasta que no fuera capaz de distinguir el uno del otro”. Ambición que finalmente cristalizó en una propuesta de serie regular para el sello Vertigo que definió como “el cómic que he querido escribir toda mi vida: acción, filosofía, paranoia, sexo, magia, biografías, viajes, drogas, religión, ovnis...”; en definitiva, la posibilidad de narrar historias que oscilaran a través de toda época, cultura y género posibles. Relatos estructurados en forma de arcos argumentales y one-shots que eventualmente convergerían “hasta revelar un tapiz holográfico deslumbrante de una escala mucho mayor”.

Los Invisibles relata la historia de la sociedad secreta homónima, organizada en células clandestinas de anarquistas de lo oculto y terroristas chamánicos enfrentados a “las fuerzas que quieren controlar la vida de las personas y hacer que sigamos dormidos para siempre”. Cada célula está formada por cinco agentes; y cuando la liderada por King Mob —un “James Bond punk” creado a imagen y semejanza de Morrison— pierde a uno de sus integrantes, inicia el proceso para reclutar a su sustituto. En ese punto, entra en juego Dane McGowan, joven descarriado natural de Liverpool que acompaña al lector en su descubrimiento de un mundo de teorías de la conspiración, sociedades secretas y contiendas inmemoriales.

Bajo la apariencia de enésima vuelta de tuerca a la eterna lucha del bien contra el mal, Los Invisibles atesora una fascinante complejidad. Una naturaleza poliédrica, multirreferencial, subversiva y autobiográfica; y el ánimo de convertirse en una suerte de hechizo alterador de la percepción del lector. O empleando terminología propia de la Magia del Caos, un sello mágico: “La condensación de un deseo en una forma visual que puede ser utilizada para hacer magia”. Pero que por materializarse en forma de cómic publicado a lo largo de siete años, tiene propiedades dinámicas, convirtiéndose en un hipersello “con capacidad para cambiar vidas... y quizás el mundo, si realidad y ficción son intercambiables”. También encierra el poder para “revelar quién nos gobierna, por qué nuestras vidas son como son, y qué sucede exactamente cuando morimos”. Y la idoneidad para compartir con los lectores un torrente de información desvelado por seres extradimensionales durante una abducción perpetrada en el Hotel Vajra de Katmandú.

Es probable que el juego entre realidad y ficción propuesto por Grant Morrison abarque experiencias biográficas para potenciar un mensaje más vigente que nunca. Pero antes de decidir si afrontar la lectura de su obra más ambiciosa desde la complicidad o desde el escepticismo, conviene recordar la frase pronunciada por Elfayed en la primera página de este cómic: “La verdad se expresa mejor en la lengua de la poesía y el simbolismo”. Sin duda, Morrison y compañía firmaron revolucionarios pasajes, tan poéticos como simbólicos. Corresponde ahora al destinatario de estas líneas retirar la anilla de la granada cargada de información que el equipo creativo pone en sus manos, presenciar la explosión de talento e imaginación apreciable en los siete tomos que integran esta nueva edición de Los Invisibles, y sacar sus propias conclusiones sobre la verdad resultante.

David Fernández

Artículo publicado originalmente en las páginas de Los Invisibles Libro 1: Di que quieres una revolución.