Eccediciones
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La dualidad del guerrero

Hawkman se ha regido durante buena parte de su trayectoria moderna por la dicotomía, esa dualidad que bulle siempre en su interior y que lo empuja a ser un refinado caballero aficionado a la historia, el arte y la buena gastronomía... o a ser un guerrero brutal, al que no le tiembla el pulso a la hora de emprenderla con armas contundentes y de filo sacadas de la antigüedad. Así las cosas, cada vez que tiene lugar un relanzamiento de Hawkman, los guionistas han de plantearse dos puntos clave: su rebuscado origen, que después de innumerables reescrituras puede resultar complejo hasta para los lectores más veteranos; y su naturaleza, el equilibrio entre su talante sofisticado y su espíritu guerrero, tan poco apropiado en la civilizada sociedad del s. XXI.

La llegada a los guiones de Rob Liefeld, conocido por primar la acción en sus relatos y la incorporación de enormes armas de fuego a las historias que conduce, hizo anticipar un relanzamiento de Hawkman en el que el personaje se inclinaría hacia su faceta guerrera, aparcando completamente su vertiente caballerosa. El título de la colección, además, daba a entender que no habría sitio para la gallardía: había sangre que derramar y enemigos que derrotar, ¿no es así?

Y si bien es cierto que el componente guerrero no se ha descuidado en absoluto, Liefeld ha llevado a cabo un guion en el que el origen del personaje resulta asequible para nuevos lectores y en el que el héroe queda definido como un guerrero, sí, pero un guerrero comedido, recto, inteligente, que no gasta sus energías en bravatas. Un guerrero, en definitiva, que no necesita reservar sus rasgos más elegantes para una personalidad distinta y civil, sino que los incorpora a su faceta combativa.

Alberto Morán Roa