...Superman. O al menos así se identificó al sentarse para conceder esta entrevista en exclusiva al Daily Planet, poco después de la reciente crisis.
Con unos 20 años de edad, cualquiera podría tomarle por un estudiante de camino a Palm Beach para sus vacaciones de primavera si no fuera por su uniforme azul y rojo, y por el hecho de que haya entrado en la habitación por la ventana... y de que estemos en una décima planta.
—Es obvio que en realidad no te llamas Superman —digo. Él sonríe:
—Se le ocurrió a mi padre.
—¿No te enerva un poco cómo se tomarán ese nombre? O sea, ¿no es algo presuntuoso?
—No lo sé, habrá que verlo —responde—. Supongo que lo más importante es que puede que haya algo “súper” al principio de ese nombre, pero cuando llegamos al final queda claro que sigue siendo un hombre.
Se niega a responder cuando le preguntamos educadamente por su nombre auténtico y por la parte del país en la que creció, aunque por el tono de su voz y por su acento diríamos que se crió en algún lugar cercano a la Costa Este. Pero, respecto a su origen, eso es lo menos interesante.
—Si no podemos saber de dónde viniste más recientemente, supongo que la siguiente pregunta es obvia: ¿dónde naciste?
—En un planeta remoto llamado Krypton. Pero hay que entender una cosa: llegué aquí siendo un bebé, de modo que no sabía tanto de mi propia historia hasta hace poco. Sabía que no era de por aquí, pero más allá de eso... nada.
—¿Has tenido esos poderes toda tu vida?
—Básicamente, sí. Recuerdo la primera vez que volé, andaba buscando un pájaro que revoloteaba por
encima de mí y pensando lo asombroso que debía de ser eso. Entonces me di cuenta de que estaba junto a él. Por un segundo llegué a pensar que había descendido hasta donde yo estaba, luego miré abajo y descubrí que me encontraba a unos 15 metros del suelo. Me llevé un susto de mil demonios.
—¿Y por qué el uniforme rojo y azul?
—Ese tejido, en forma de mantas, es lo único que llegó conmigo desde Krypton. No puede quemarse, romperse, cortarse... ni teñirse, por desgracia. Es lo único que puedo llevar sin que el viento o cualquier otra cosa lo haga trizas.
—Lástima que no enviaran algunas mantas grises, tal vez de un bonito tono carbón.
Ríe tal como suelen hacerlo quienes no lo hacen mucho:
—¿Lo ves? A eso me refería. Tengo suerte de no haber llegado envuelto en mantas de cuadros escoceses o lunares. Costaría bastante explicar eso en una primera cita.
—¿Así que estás saliendo con alguien?
Se encoge de hombros. Sonríe:
—Tengo a alguien en el punto de mira.
—¿Y por qué has esperado tanto para revelar tu presencia?
—No había ningún motivo para hacerlo antes. Lo que puedo hacer no era necesario hasta entonces —duda por un instante, tratando de encontrar las palabras exactas—. Lin- coln dijo que el cometido de un gobierno es hacer lo que los individuos no son capaces de hacer por sí mismos. Y añadió: “no puedes ayudar para siempre a los demás haciendo lo que podrían y deberían hacer por sí mismos”.
—Parece que abogues por un heroísmo limitado solo a lo más grande.
—Ni por asomo. Solo digo que, hasta que la nave apareció sobre Metropolis, todo lo que había ocurrido en la historia de la huma- nidad podía ser afrontado por hombres y mujeres corrientes dispuestos a ha- cerlo. Pero nada así podría haber detenido algo como esto.
—¿Es igual que cuando aparece el Balrog, y Gandalf dice: “las espadas no sirven aquí”?
—Exacto, es...
—“Todo esto os sobrepasa.”
Soy consciente de haber dejado al descubierto lo friki que soy, pero es lo bastante educado para no comentarlo:
—Exacto. Si puedo ayudar haciendo cosas que las personas corrientes no pueden hacer por sí mismas, eso es lo que quiero hacer.
—Así que no planeas conquistar la Tierra.
Ríe:
—No. O sea, ¿qué haría con ella? ¿Dónde la pondría? ¿Dónde aparcas algo así?
—Se trata de lo siguiente —dice, y su tono vuelve a ser serio—. Me he criado en este país. Creo en este país. ¿Tiene sus defectos? Sí. ¿Sus momentos de grandeza? También. En resumidas cuentas, es mi hogar, y siempre llevaré sus valores conmigo. Pero, si hiciera lo que hago solo por los EE.UU., eso desestabilizaría el mundo entero.Incluso podría provocar una guerra.
»Estoy aquí para hacer lo que pueda, donde pueda, ya sea en los EE.UU. o en otra parte. Pero nunca puedo implicarme ni con polí- ticos ni en política. No hay nada político en un tsunami, ni en un terremoto, ni en un tornado... Nada poítico en un hombre armado que captura rehenes en un banco, o en un camión fuera de control bajando por una calle abarrotada. Son la clase de cosas en las que quiero implicarme,en las que puedo marcar la diferencia sin convertirme en un instrumento político.
—Mucha gente no se alegrará de oír eso. Creo que el Pentágono ya empezaba a soñar contigo irrumpiendo en China o Afganistán y destrozando tanques o destruyendo flotas enteras.
—Y lo entiendo —dice— . Pero, si tomo ese rumbo, no puedo servir a la humanidad como un todo, y siento que estoy aquí para eso. Si me convierto en una extensión de mi gobierno o administración, perderé al resto del mundo, y puede haber momentos en los que necesitemos al resto del mundo a bordo por si tiene lugar otra crisis planetaria. Se detiene por un instante:
—Hace años vi un documental sobre las fuerzas policiales británicas —dice, hablando poco a poco y remarcándolo deliberadamente—. Entrevistaron a un bobby de Londres que dijo (y no estoy tomando partido, solo reproduzco lo que dijo) que la policía americana existe para imponer la paz, mientras que la policía británica existe para crearla.
»Me gusta pensar que por eso estoy aquí: para ayudar a crear la paz haciendo lo que es justo para la gente sin intentar cambiarla. Quizá suene ingenuo, o superficial, pero es la verdad.
Mira sus manos. Manos que podrían derribar una montaña casi sin intentarlo. Pero, ahora mismo, parecen perdidas.
—No lo sé —dice al fin— . Ojalá tuviera una buena respuesta. Ojalá supiera qué palabras serían capaces de consolar a aquellos que han perdido a sus seres queridos, o que han salido heridos. Nada podrá hacer desaparecer esas heridas, llenar esos vacíos. Y eso demuestra que hay cosas imposibles incluso para un superhombre.
»Pero tengo algo que decir: no sabía que estaban ahí fuera, no sabía que me buscaban, no sabía nada de esto hasta el día en que aparecieron. Lo descubrí al mismo tiempo que todo el mundo. Así que, aunque quizá lo ocurrido no sea culpa mía, es mi responsabilidad, y viviré sabiéndolo hasta el último día de mi vida. Todas las mañanas, cuando abra los ojos, sabré que estoy aquí, y que este mundo está aquí, en parte gracias a los sacrificios de esas personas en el día de hoy. Y dedicaré todo mi aliento, todas mis acciones, a su memoria. No sé si es algo que pueda compensarse jamás, pero sé que estoy dispuesto a dar mi vida por intentarlo.
»¿Ves?, eso es lo remarcable, y lo irónico —dice, mientras se levanta y se acerca a la ventana—. Siendo alguien que puede ver a la humanidad desde fuera, veo vuestra asombrosa fortaleza, vuestra nobleza empecinada, vuestra grandeza y vuestra amabilidad y generosidad, así como vuestra disposición a aspirar a algo mejor, a sacrificaros, a luchar por alcanzar la cima sin que importe lo grandes que sean los obstáculos. Me ciega la luz que arde en el interior de todos y cada uno de vosotros.
»Bajo esa luz, una verdad se vuelve clara: si la palabra “súper” debe aplicarse a alguien, debería aplicarse a todos vosotros, a toda la humanidad. Frente a ese poder, frente a esa verdad... no soy más que un hombre.
Y entonces se fue.
Por Clark Kent
Redacción, Daily Planet
Previa (portada y cinco páginas interiores) de Superman: Tierra Uno vol. 1.
Con unos 20 años de edad, cualquiera podría tomarle por un estudiante de camino a Palm Beach para sus vacaciones de primavera si no fuera por su uniforme azul y rojo, y por el hecho de que haya entrado en la habitación por la ventana... y de que estemos en una décima planta.
—Es obvio que en realidad no te llamas Superman —digo. Él sonríe:
—Se le ocurrió a mi padre.
—¿No te enerva un poco cómo se tomarán ese nombre? O sea, ¿no es algo presuntuoso?
—No lo sé, habrá que verlo —responde—. Supongo que lo más importante es que puede que haya algo “súper” al principio de ese nombre, pero cuando llegamos al final queda claro que sigue siendo un hombre.
Se niega a responder cuando le preguntamos educadamente por su nombre auténtico y por la parte del país en la que creció, aunque por el tono de su voz y por su acento diríamos que se crió en algún lugar cercano a la Costa Este. Pero, respecto a su origen, eso es lo menos interesante.
—Si no podemos saber de dónde viniste más recientemente, supongo que la siguiente pregunta es obvia: ¿dónde naciste?
—En un planeta remoto llamado Krypton. Pero hay que entender una cosa: llegué aquí siendo un bebé, de modo que no sabía tanto de mi propia historia hasta hace poco. Sabía que no era de por aquí, pero más allá de eso... nada.
—¿Has tenido esos poderes toda tu vida?
—Básicamente, sí. Recuerdo la primera vez que volé, andaba buscando un pájaro que revoloteaba por
encima de mí y pensando lo asombroso que debía de ser eso. Entonces me di cuenta de que estaba junto a él. Por un segundo llegué a pensar que había descendido hasta donde yo estaba, luego miré abajo y descubrí que me encontraba a unos 15 metros del suelo. Me llevé un susto de mil demonios.
—¿Y por qué el uniforme rojo y azul?
—Ese tejido, en forma de mantas, es lo único que llegó conmigo desde Krypton. No puede quemarse, romperse, cortarse... ni teñirse, por desgracia. Es lo único que puedo llevar sin que el viento o cualquier otra cosa lo haga trizas.
—Lástima que no enviaran algunas mantas grises, tal vez de un bonito tono carbón.
Ríe tal como suelen hacerlo quienes no lo hacen mucho:
—¿Lo ves? A eso me refería. Tengo suerte de no haber llegado envuelto en mantas de cuadros escoceses o lunares. Costaría bastante explicar eso en una primera cita.
—¿Así que estás saliendo con alguien?
Se encoge de hombros. Sonríe:
—Tengo a alguien en el punto de mira.
—¿Y por qué has esperado tanto para revelar tu presencia?
—No había ningún motivo para hacerlo antes. Lo que puedo hacer no era necesario hasta entonces —duda por un instante, tratando de encontrar las palabras exactas—. Lin- coln dijo que el cometido de un gobierno es hacer lo que los individuos no son capaces de hacer por sí mismos. Y añadió: “no puedes ayudar para siempre a los demás haciendo lo que podrían y deberían hacer por sí mismos”.
—Parece que abogues por un heroísmo limitado solo a lo más grande.
—Ni por asomo. Solo digo que, hasta que la nave apareció sobre Metropolis, todo lo que había ocurrido en la historia de la huma- nidad podía ser afrontado por hombres y mujeres corrientes dispuestos a ha- cerlo. Pero nada así podría haber detenido algo como esto.
—¿Es igual que cuando aparece el Balrog, y Gandalf dice: “las espadas no sirven aquí”?
—Exacto, es...
—“Todo esto os sobrepasa.”
Soy consciente de haber dejado al descubierto lo friki que soy, pero es lo bastante educado para no comentarlo:
—Exacto. Si puedo ayudar haciendo cosas que las personas corrientes no pueden hacer por sí mismas, eso es lo que quiero hacer.
—Así que no planeas conquistar la Tierra.
Ríe:
—No. O sea, ¿qué haría con ella? ¿Dónde la pondría? ¿Dónde aparcas algo así?
—Se trata de lo siguiente —dice, y su tono vuelve a ser serio—. Me he criado en este país. Creo en este país. ¿Tiene sus defectos? Sí. ¿Sus momentos de grandeza? También. En resumidas cuentas, es mi hogar, y siempre llevaré sus valores conmigo. Pero, si hiciera lo que hago solo por los EE.UU., eso desestabilizaría el mundo entero.Incluso podría provocar una guerra.
»Estoy aquí para hacer lo que pueda, donde pueda, ya sea en los EE.UU. o en otra parte. Pero nunca puedo implicarme ni con polí- ticos ni en política. No hay nada político en un tsunami, ni en un terremoto, ni en un tornado... Nada poítico en un hombre armado que captura rehenes en un banco, o en un camión fuera de control bajando por una calle abarrotada. Son la clase de cosas en las que quiero implicarme,en las que puedo marcar la diferencia sin convertirme en un instrumento político.
—Mucha gente no se alegrará de oír eso. Creo que el Pentágono ya empezaba a soñar contigo irrumpiendo en China o Afganistán y destrozando tanques o destruyendo flotas enteras.
—Y lo entiendo —dice— . Pero, si tomo ese rumbo, no puedo servir a la humanidad como un todo, y siento que estoy aquí para eso. Si me convierto en una extensión de mi gobierno o administración, perderé al resto del mundo, y puede haber momentos en los que necesitemos al resto del mundo a bordo por si tiene lugar otra crisis planetaria. Se detiene por un instante:
—Hace años vi un documental sobre las fuerzas policiales británicas —dice, hablando poco a poco y remarcándolo deliberadamente—. Entrevistaron a un bobby de Londres que dijo (y no estoy tomando partido, solo reproduzco lo que dijo) que la policía americana existe para imponer la paz, mientras que la policía británica existe para crearla.
»Me gusta pensar que por eso estoy aquí: para ayudar a crear la paz haciendo lo que es justo para la gente sin intentar cambiarla. Quizá suene ingenuo, o superficial, pero es la verdad.
Mira sus manos. Manos que podrían derribar una montaña casi sin intentarlo. Pero, ahora mismo, parecen perdidas.
—No lo sé —dice al fin— . Ojalá tuviera una buena respuesta. Ojalá supiera qué palabras serían capaces de consolar a aquellos que han perdido a sus seres queridos, o que han salido heridos. Nada podrá hacer desaparecer esas heridas, llenar esos vacíos. Y eso demuestra que hay cosas imposibles incluso para un superhombre.
»Pero tengo algo que decir: no sabía que estaban ahí fuera, no sabía que me buscaban, no sabía nada de esto hasta el día en que aparecieron. Lo descubrí al mismo tiempo que todo el mundo. Así que, aunque quizá lo ocurrido no sea culpa mía, es mi responsabilidad, y viviré sabiéndolo hasta el último día de mi vida. Todas las mañanas, cuando abra los ojos, sabré que estoy aquí, y que este mundo está aquí, en parte gracias a los sacrificios de esas personas en el día de hoy. Y dedicaré todo mi aliento, todas mis acciones, a su memoria. No sé si es algo que pueda compensarse jamás, pero sé que estoy dispuesto a dar mi vida por intentarlo.
»¿Ves?, eso es lo remarcable, y lo irónico —dice, mientras se levanta y se acerca a la ventana—. Siendo alguien que puede ver a la humanidad desde fuera, veo vuestra asombrosa fortaleza, vuestra nobleza empecinada, vuestra grandeza y vuestra amabilidad y generosidad, así como vuestra disposición a aspirar a algo mejor, a sacrificaros, a luchar por alcanzar la cima sin que importe lo grandes que sean los obstáculos. Me ciega la luz que arde en el interior de todos y cada uno de vosotros.
»Bajo esa luz, una verdad se vuelve clara: si la palabra “súper” debe aplicarse a alguien, debería aplicarse a todos vosotros, a toda la humanidad. Frente a ese poder, frente a esa verdad... no soy más que un hombre.
Y entonces se fue.
Por Clark Kent
Redacción, Daily Planet
Previa (portada y cinco páginas interiores) de Superman: Tierra Uno vol. 1.