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Hombres (y una mujer) de metal

El Nuevo Universo DC nos había dejado huérfanos de dos grupos esenciales de la casa que existen e incluso han tenido series propias desde la prolífica Edad de Plata. Uno de ellos es la Patrulla Condenada, que ya regresó (si bien parcial y brevemente por culpa de Johnny Quick y Atómica) el mes pasado en esta misma colección. El otro son los Metal Men, cuya aparición estaba cantada desde que vimos a Platini, su único miembro femenino tradicional, en Liga de la Justicia núm. 17, donde Geoff Johns y Jesús Saiz nos la mostraron como un robot desquiciado que aspiraba a universe al grupo en plena ampliación de filas.

Los Metal Men son, básicamente, unas inteligencias artificiales entrañables cuyos cuerpos están hechos de elementos de la tabla periódica y cuyas personalidades, gracias a un artefacto llamado responsómetro, imitan las cualidades de dichos materiales. Los crearon Robert Kanigher y Ross Andru, que ya formaban equipo en la colección de Wonder Woman por aquel entonces, en Showcase núm. 37, un cómic publicado en 1962 que se realizó a última hora porque el protagonista del cuaderno debería haber sido Átomo. No obstante, Ray Palmer ya se había ganado el favor de lectores, pues para eso estaba aquella revista, y había sido “ascendido” a una serie propia. Así pues, los autores tuvieron que inventar a toda prisa un suplente, que fue el grupo construido por el Dr. Will Magnus.

El científico se había hecho millonario gracias a sus muchas patentes, de ahí que hubiera podido permitirse crear a la bella Platino, su primer robot inteligente. Cuando contactó con él el Coronel Henry Casper del ejército de Estados Unidos, alarmado por el ataque de una raya radiactiva voladora y gigantesca, Magnus dio forma al resto de aquellos Metal Men. Se trataba del orgulloso Oro, el torpe pero entrañable Plomo, el tímido Estaño, el aguerrido Hierro y el voluble Mercurio. Igual que Platino, todos poseían cierta capacidad multiforme además de las propiedades normales del metal que los conformaba, y con el tiempo llegarían incluso a fusionarse para ser aún más poderosos. Como vemos, Geoff Johns e Ivan Reis respetan esas personalidades en este debut en el nUDC, y también hacen un notable guiño a la historia original en la conclusión, que es la misma si exceptuamos al enemigo que la provoca, que en la versión de la Edad de Plata no aparecería hasta Showcase núm. 39.

A pesar de su precipitada creación, los Metal Men disfrutaron de un éxito que hizo que sus aventuras se trasladaran de Showcase a su primera colección propia, que debutó en 1963 con los propios Kanigher y Andru y en la que aparecería una segunda mujer de metal, la versión femenina de Estaño que construía él mismo. Al dibujante lo sustituiría más adelante Mike Sekowsky, que terminaría tomando también las riendas del guion para dar un enfoque totalmente nuevo a la serie cuando los protagonistas se convirtieron en humanos de verdad. Semejante vuelta de tuerca tenía como objetivo salvar el título de una cancelación segura debida al desgaste del concepto original, pero poco se pudo hacer, y Estaño y compañía desaparecieron en 1970. Durante los años siguientes, vieron la luz varias entregas con reediciones de la etapa original en Showcase, pero sería durante la “Explosión de DC” (1976) cuando el grupo obtendría una nueva oportunidad que, si bien efímera, tuvo una calidad altísima. Esto se debió en gran parte a los autores, que eran nada más y nada menos que el guionista Steve Gerber y el dibujante Walter Simonson en la que supuso una de sus primeras colaboraciones con DC Comics. Más adelante, tomarían las riendas Gerry Conway y Joe Staton, que tampoco lograron evitar una nueva cancelación dos años más tarde.

Para aquel entonces, la editorial ya había concluido que el valor comercial de los Metal Men en solitario era bastante escaso, pero los diversos autores no dudaron en recurrir a ellos de forma puntual como secundarios. Especialmente notable fue su aparición en Action Comics en 1987, cuando ayudaron a Superman a vencer a Chemo de la mano de John Byrne, como vimos en el tercer volumen recopilatorio de la etapa de este autor que publica ECC Ediciones. Y así siguieron a pesar de notables intentos por devolverlos a la palestra como el que hicieron Mike Carlin y Dan Jurgens a finales de 1993. No obstante, la empresa no fue más allá de una miniserie, como ocurrió en fechas más recientes cuando Duncan Rouleau orquestó un nuevo relanzamiento a rebufo de los acontecimientos de 52 donde el hermano de Magnus pervertía a los entrañables robots y los convertía en versiones malvadas y radiactivas de sí mismos.

Pero que no nos engañe el escaso éxito comercial de este grupo porque son muchos los autores (y los lectores) que se rinden a sus pies y los aprovechan a la mínima ocasión, tal como vimos en JLA: El clavo, donde Alan Davis hizo que se midieran con la mismísima Wonder Woman. Y para sorpresa de más de uno, en 2012 se anunció la posibilidad de que contaran con una película de imagen real que, en teoría, dirigiría Barry Sonnenfeld, el responsable de cintas como La familia Addams o Men in Black. No en vano, este ya había insinuado que preparaba un proyecto con un grupo de la Edad de Plata de DC.

Futuribles adaptaciones cinematográficas aparte, por el momento, en esta entrega de Liga de la Justicia volvemos a ver a los Metal Men o, por lo menos, su origen, sus problemas y su caída en desgracia por culpa de las ínfulas del gobierno que ha financiado el experimento de Magnus, que en esta ocasión ya no es millonario. Habrá que esperar al mes que viene para volver a verlos en acción al lado de Cíborg en lo que será la antesala de la inminente conclusión de Maldad eterna. ¿Qué pasará con Oro, Platino y sus amigos después del evento? Aún es pronto para saber si la aportación de Johns y Reis bastará para proporcionarles un nuevo título propio, pero lo que es seguro es que aparecerán aquí y allá para deleitarnos con su candor y con sus ansias de ser más humanos que las personas que han jurado proteger.

Fran San Rafael

Artículo originalmente publicado en las páginas de Liga de la Justicia núm. 28.