Eccediciones
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Gotham Central

Siempre supimos que se referían a Nueva York.

Ah, está claro que la llamaban Gotham City. Allí era donde la luz de la batseñal permanecía suspendida en el cielo, como la luna, y donde el batmóvil nunca tenía que dar la vuelta a la manzana buscando sitio para aparcar. Gotham era el hogar del Joker, del Acertijo y del Pingüino, y en sus calles y sobre sus azoteas Batman y Robin, el Chico Maravilla, libraban su noble e interminable guerra contra las fuerzas del mal.

Aquello era Gotham City, está claro, y tenía una denominación perfecta para el universo alternativo que es la ficción de los cómics. Pero no somos tontos. Sabíamos perfectamente de qué ciudad hablábamos, le pusieran el nombre que le pusieran y llamaran como llamasen a sus calles, a sus periódicos y a sus habitantes.

Hablaban de Nueva York.

O sea, ¿por qué si no iban a llamarla Gotham?

La Gotham original, y esto quizá os interese, estaba en Inglaterra, era una aldea de Nottinghamshire. El nombre significaba “pueblo de cabras” en inglés antiguo, y eso parecía indicar que algunos de sus habitantes tenían cabras y no les importaba quién lo supiera. En el siglo XIII, los gothamitas se ganaron la reputación de “listos que se hacían los tontos” al fingir estar locos para evitar el pago de impuestos al rey Juan I. (Sin duda había algo en el rey Juan que soliviantaba a la gente; fue él, como recordaréis, quien en 1215 llevó a los nobles del reino a imponerle la Carta Magna, el documento que constituye los cimientos de todas nuestras libertades, al garantizar a los ciudadanos cosas como el derecho a un juicio. Pero estoy divagando...).

El rey Juan ya no estaba presente cuando los holandeses compraron la isla de Manhattan y fundaron una ciudad a la que llamaron Nueva Ámsterdam. Y fue casi dos siglos después de aquello, en 1807, cuando Washington Irving publicó una serie de ensayos, englobados en la publicación que llevaba por título Salmagundi, or the Whims and Opinions of Launcelot Langstaff and Others [Salmagundi, o los caprichos y opiniones de Launcelot Langstaff y otros], en los que se refería a la ciudad como Gotham. El uso de aquel nombre por parte de Irving implicaba que los gothamitas eran gente engreída y necia, pero el término se desprendió de esas connotaciones y pervivió hasta nuestros días.

¿Y no era Washington Irving alguien muy bien dotado para poner nombre a lo que fuese? Salmagundi, una palabra que pareció haber creado con las letras sobrantes de una partida de Scrabble, se convirtió en el nombre de un club de pintores; fundado en 1871, sigue existiendo hoy en día, y su sede, en un edificio de ladrillo, conserva el único porche con escaleras que queda en la Quinta Avenida. Mientras tanto, después de Salmagundi, Irving publicó A History of New York [Una historia de Nueva York], que escribió con el pseudónimo de Diedrich Knickerbocker, presuntamente un estrafalario carcamal de ascendencia holandesa. He aquí otro nombre con gancho, y lo encontraréis vinculado a varias instituciones de la Nueva York actual, entre las cuales figura un grupo de tipos muy altos que se dedican a entretenerse metiendo un balón por un aro. Pero ya estoy divagando otra vez...

En 1844, Edgar Allan Poe escribió una serie de textos satíricos sobre la vida cotidiana en Nueva York, y los denominó Doings of Gotham [Hechos de Gotham]. (Vivió en varios lugares de Nueva York: en Greenwich Village, en la calle 84 Oeste y en una choza del Bronx que hoy es el Museo Edgar Allan Poe). Para el autor de El cuervo las calles de Nueva York no parecían tan malas, aunque se molestó en describirlas como, “a pesar de escasas excepciones, insufriblemente sucias”. Llegó a lamentar que se gastaran 50.000 dólares al año en la limpieza de sus calles, y propuso una innovadora alternativa: “Las subcontratas deberían pagar gustosamente por el privilegio de limpiar las calles, teniendo las tareas de barrido como salario, y obtendrían enormes beneficios con un acuerdo así. En cualquier gran ciudad, se instaría a una empresa de jardineros y horticultores a aceptar un contrato de estas características”.

Lo creáis o no, la idea de Poe nunca llegó a oídos de quien debería haber llegado, y hasta el día de hoy las ciudades siguen gastando dinero en limpiar las calles. Algunos años la factura llega incluso a superar los 50.000 dólares.

William Sydney Porter, a quien conoceréis mejor como O. Henry, vivió en Nueva York desde 1902 hasta su muerte, en 1910. Muchos de sus relatos, especialmente los incluidos en The Four Million [Los cuatro millones], se ambientaban en Nueva York, pero cuando la llamaba “Gotham” no hacía más que recurrir a un sinónimo popular que hacía mucho tiempo que se había incorporado al habla local. Tenía otros nombres que él mismo había inventado para la ciudad, y entre ellos el más destacado era “Bagdad subterránea”. Esta es una expresión que debía de tener connotaciones muy distintas un siglo atrás respecto a las que tiene hoy en día.

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Olvidaos del nombre. Imaginad que llamaron a la ciudad de otro modo, o de ningún otro modo en absoluto. ¿Podría ser algún lugar que no fuese Nueva York?

En 1939, cuando Bob Kane empezó a dibujar a Batman, solo el paisaje urbano podría habernos revelado qué clase de ciudad tenía en mente. Los rascacielos y cualquier tipo de grandes inmuebles en general eran lo que definía Nueva York en una era en la que no muchas ciudades contaban con edificios mucho más altos que el depósito de agua municipal.

Ahora las cosas son un poco distintas, e incluso las localidades más pequeñas parecen contar con su propio y auténtico skyline. Pero no es solo la altura de los edificios lo que hace de Nueva York el emplazamiento idóneo para Batman, y el hogar perfecto para esos policías —uniformados, ni lo dudo, con el inequívoco azul del Departamento de Policía de Gotham City— que luchan por lo que es justo en estas páginas.

Tampoco se trata de que sean malas calles de forma inequívoca. Nueva York, pese a su imagen, tiene una tasa de criminalidad inferior a la de casi todo el resto del país, y no deja de descender. La ocupación por parte de residentes más adinerados ha mejorado Harlem y ha vuelto irreconocible el Lower East Side, y básicamente hay que salir de Manhattan y buscar minuciosamente para encontrar un mal vecindario en los tiempos actuales.

Así que no se trata ni de la criminalidad ni de los edificios altos. Entonces, ¿de qué se trata? La respuesta está en alguna parte del siguiente chiste: Un turista le dice a un neoyorquino: “¿Puede indicarme cómo llegar al Empire State Building, o debería irme ya a tomar #%@&#!!!?”.

La energía de Nueva York va más allá de la que podríais encontrar en cualquier otra parte. Es excesiva para ciertas personas y las deprime, pero a todas las demás nos eleva el espíritu y nos anima.

Nos da ese “toque neoyorquino”, que implica mantener una actitud y algo más. Reggie Jackson, que pasó algunos de sus mejores años bateando en el Bronx, sonreía cuando alguien le preguntaba qué sentía por la ciudad:“Si tú le das a un neoyorquino la primera frase”, decía, “terminará la página entera”.

Eh, calmaos un poco, ¿vale? ¿Acaso os imagináis al Joker ganándose su reputación al jugársela a unos polis de Albuquerque? ¿O al Acertijo poniendo a prueba a las autoridades de Fargo con sus adivinanzas? ¿Veis a Catwoman en Cleveland, o al Pingüino en Peoria, o a Dos Caras en las ciudades gemelas de Minneapolis y St. Paul? ¿O a nuestro villano de turno, el escalofriante Mr. Frío, por ejemplo en... Fresno?

Ya intuía que no.

Esto es Gotham City, nena. Vete acostumbrando.

Lawrence Block

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Las novelas de LAWRENCE BLOCK abarcan desde la serie negra urbana, con Matthew Scudder, hasta el jovial refinamiento de Bernie Rhodenbarr, mientras que otros de sus personajes incluyen al trotamundos con insomnio Evan Tanner y al introvertido asesino llamado Keller. Ha publicado artículos y cuentos en American Heritage, Redbook, Playboy, Cosmopolitan, GQ y The New York Times, y 84 de sus relatos breves se han recopilado en Enough Rope [Cuerda sufiiciente]. Larry es maestro supremo de la asociación Mystery Writers of America, y fue presidente tanto de la MWA como de los Private Eye Writers of America. Ganó los premios Edgar y Shamus, cuatro veces cada uno, y por partida doble el Halcón Maltés, un galardón japonés, así como los premios Nero Wolfe y Philip Marlowe... y, más recientemente, un premio al conjunto de su trayectoria por parte de la asociación Private Eye Writers of America. En Francia, le han proclamado Gran Maître du Roman Noir y ha obtenido el trofeo Société 813. Larry y su esposa, Lynne, son neoyorquinos entusiastas e incansables viajeros a lo largo y ancho del mundo.

Artículo publicado originalmente como introducción de Gotham Central núm. 1 (de 4): En el cumplimiento del deber.