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Fábulas: Edición de lujo - Libro 7

Fue hace casi 12 años cuando Karen Berger entró en mi oficina con una pequeña pila de papeles en la mano. Aquellas páginas contenían la propuesta de Bill Willingham para una serie llamada Fábulas. Como siempre, me emocionó ver Nueva York y, aunque el enfoque no anunciaba del todo el esplendor real del cómic, Karen y yo pudimos ver que era imaginativo y lleno de potencial. Karen también sabía que yo buscaba obras que pudieran adaptarse al cine o a la tele, y en la propuesta de Bill había una clara plantilla para una película o una serie de televisión que sería fabulosa en el sentido más auténtico de la palabra.

Aunque Fábulas no ha llegado aún a las pantallas, hemos visto otras versiones de los cuentos de hadas y leyendas a las que se les ha dado un giro radical muy parecido (Hechizada, Mirror, Mirror, Blancanieves y la leyenda del cazador, Grimm o Érase una vez). Pero, en este siglo XXI, Fábulas fue la primera, y sigue siendo suprema en su visión,
ingenio, inventiva y profundidad.

Todo esto es para decir que yo estuve entusiasmada cuando Shelly Bond, la leal editora de Fábulas, me llamó para pedirme que escribiera una introducción para el siguiente tomo de esta edición. El encargo me dio un motivo para volver atrás en el tiempo y releer los cómics desde el primer número, sumergiéndome en sus maravillas y saboreando sus delicias singulares.

¡Y qué gustazo! Hace 10 años, cuando leí el primer arco argumental, el misterio de la sangrienta desaparición de Rosa Roja, pensé que se contenía un poco, que era algo manso. Y, comparado con el arrojo descarado y el desarrollo espléndido de las aventuras que le siguieron, lo era. Pero esta vez experimenté la historia con un respeto renovado, no solo por la destreza con la que Bill presentaba el mundo de los refugiados de los cuentos o la exuberancia con la que lo abrazaba, sino también por los placeres inextricables que había en el dibujo, primero de Lan Medina y luego de Mark Buckingham y Steve Leialoha.

La primera página de la serie nos introduce en la realidad de las fábulas exiliadas. Bill nos cuenta desde el principio que estamos en la ciudad de Nueva York, pero los carteles de las calles en la esquina inferior derecha nos muestran que Jack de las Fábulas está parando un taxi en la intersección de las calles Bullfinch y Kipling. Es un indicador furtivo de que esta parte de Manhattan es ligeramente diferente del Manhattan que conocemos.

Y hay más cosas en esa página inicial. Jack le da la propina al conductor, diciéndole con descaro que se quede el cambio, aunque solo sean 25 centavos. Aquí, en una página con solo tres viñetas, Bill inicia un proceso que continúa a lo largo de las más de 3.000 páginas (y subiendo) de la saga de Fábulas. Hace que sus fábulas sean humanas, no
necesariamente agradables, pero innegablemente humanas.

Ese es uno de los muchos triunfos, y la razón principal por la que permanecemos extasiados de un número a otro. Los personajes son complejos, capaces de la traición y la generosidad, de la astucia y la amabilidad, de la cobardía y el coraje. En el transcurso de la historia y de los muchos siglos que han vivido, siguen sorprendiéndose no solo entre ellos y a sí mismos, sino también a nosotros.

Hay tantos grandes momentos en Fábulas que un vídeo de los más destacados sería casi tan largo como la propia serie. Pero hay ciertas escenas clave de los primeros episodios que no solo son impagables por sí mismas sino que también anuncian los placeres que llegarán más adelante.

Por ejemplo, descubrimos que la franqueza sexual será uno de los pilares de la historia cuando se nos presenta a Príncipe Encantador montando a una joven camarera y alardeando de su habilidad con la polla, comparándola con las estocadas y bloqueos de la esgrima. Es casi tan chocante como la queja de Pinocho (“Quiero crecer, quiero que me bajen las pelotas y quiero echar un polvo”) y la revelación de que Ricitos de Oro se acuesta con el Bebé Oso porque está muy bien dotado.

Y aunque en Fábulas el sexo no es sagrado, la política tampoco lo es. Ahora, la inocente Ricitos de Oro es una revolucionaria armada con un Kalashnikov, despiadada, sin sentido del humor y doctrinaria. Pero, incluso cuando ordena el brutal asesinato de Colin, el sofisticado “cerdo de ciudad” al que hemos terminado tomando cariño, nuestra impresión inicial es que Ricitos es una idealista. Sin embargo, luego descubrimos que todo es un numerito y que Ricitos de Oro ha estado instigando a las fábulas de la Granja para que se revolucionen y así ella pueda hacerse con las riendas del poder.

Las emociones humanas más bajas aparecen en Fábulas: sed de poder, sadismo, celos, traición y codicia. Las esperamos del despiadado Barba Azul, de Shere Khan, del siempre calculador Jack o del fatuo Príncipe Encantador, pero Bill se asegura de que incluso los personajes más simpáticos tengan sus defectos. Blanca Nieves es mojigata e inflexible. Rosa está amargamente celosa de Blanca, Bella critica incesantemente a Bestia, y Pinocho es un mocoso gamberro.

Pero, aunque en la serie abundan los sentimientos innobles y los actos viles, aquí también hay ternura. Ya sea la amistad duradera de Pinocho, Papamoscas y Chico de Azul, los tímidos acercamientos entre Rosa y Azul, o la pasión de Lobo por Blanca (cuyo olor es el único entre millones que él no puede bloquear), Bill nos muestra el amor en todos sus diferentes aspectos.

Una y otra vez, en Fábulas descubrimos que las cosas no son lo que parecen. Una pequeña habitación en los Apartamentos El Bosque puede contener un castillo. Un hombre puede convertirse en un lobo mítico, tan poderoso como el viento. Un humilde tallador puede ser un sanguinario conquistador de mundos. Un niño puede buscar a la chica que ama y regresar convertido en un hombre. Un conserje puede demostrar ser un rey valiente y abnegado.

Algunas cosas nunca cambian. Pese a la amnistía general que decreta que ninguna fábula puede considerarse responsable de sus fechorías pasadas en las Tierras Natales, Barba Azul sigue siendo un asesino, Jack sigue tramando timos y Príncipe Encantador sigue pensando únicamente en su próxima conquista, aunque sea el puesto de alcalde en lugar de una mujer.

Sin embargo, algunas cosas sí que cambian. Blanca, la princesa de hielo, se funde un poco y deja que Lobo y Rosa entren en su mundo. Rosa, que ha madurado tras pasar cientos de años chinchando a Blanca con su vida disipada, encuentra la felicidad en el gobierno productivo de la Granja. Lobo, el solitario definitivo, se convierte en un hombre de familia. Una bruja infanticida abjura de su pasado a causa de un acto amable de hace siglos.

Hay muchas cosas que nos atraen de Fábulas (los diálogos animados, el ingenio ágil, las ricas capas de detalle o la pura sensación de asombro) y todo eso se ve potenciado al máximo por el dibujo, que rebosa de vida y es tan particular, tan preciso y tan bello que hace que nos detengamos, dejándonos absorber la historia a un nivel más profundo y visceral del que podrían conseguir solo las palabras.

Pero es el desfile humano (el desfile de animales, dragones, gigantes, trols y marionetas) lo que nos impulsa de un tomo a otro. Fábulas tiene lugar en un gran escenario en el que hay tanta violencia, traición, tragedia y muerte como coraje, sacrificio, redención y amor. Pero también nos muestra los pequeños gestos, las consecuencias inesperadas de una riña entre esposos, los flirteos irresistibles de un zorro con pico de oro, las payasadas etílicas de un mono volador, o la filosofía solipsista de tres ratones ciegos. Es la mezcla de todo esto, el drama operístico, la humilde rutina, lo que hace de Fábulas lo que es: una de las mejores novelas, gráficas o no, de los últimos 10 años, además de un placer puro y sin adulterar.

Jenette Kahn
Enero de 2013

Artículo publicado originalmente como prólogo de Fábulas: Edición de lujo - Libro 7.