Fantasía, magia, amistad, adolescencia, transición a la edad adulta, aventuras... Son algunos de los temas centrales de El fantasma de la fiesta del té (Preadolescentes (+9)), uno de los títulos más especiales del sello Kodomo, protagonizado por la joven Lora y por Alexa, el fantasma que habita en su casa. Nos hemos puesto en contacto con su autora, Reimena Yee, para conocer más sobre esta encantadora historia.
A modo de presentación de El fantasma de la fiesta del té y de ti, ¿cuánto de Reimena Yee dirías que podemos encontrar en Lora, la niña extravagante que protagoniza el libro?
Mis intereses y experiencias con lo de hacerse mayor son muy similares a los de Lora. Las dos somos chicas raras a las que nos encanta lo sobrenatural, el rollo gótico y dibujar. Las dos también tuvimos problemas para pasar del juego imaginativo y la alegría de ser un niño a todo el drama y el seguimiento de tendencias que conlleva ser una adolescente, lo que hizo que nos sintiéramos solas durante un tiempo. Y, finalmente, compartimos una fascinación por ver lo mundano como algo fantástico.
Una faceta muy interesante de tu libro en cuanto a la introducción natural a lo espeluznante en un libro para niños es la combinación de una historia de fantasmas con el concepto del amigo imaginario, algo común en muchos niños. ¿Tienes alguna relación personal o cercana con este tipo de “amigos”?
Tuve algunos amigos imaginarios cuando era pequeña. Jugaba y actuaba como si fueran seres invisibles que me rodeaban. A medida que fui creciendo, con el tiempo, dejaron de existir en el mundo real y se transformaron en personajes originales para las historias que empecé a crear. Mantengo una especie de relación de “autor-creación” con estos personajes, con algunos de los cuales me he pasado más de una década desarrollando sus personalidades y sus historias. Son amigos íntimos en la fantasía de mi mente.
Existe una similitud entre los fantasmas y los amigos imaginarios: son seres invisibles que pueden o no interactuar con nosotros, y que solo podemos percibir si poseemos una “visión” particular. Mi inspiración para esta idea viene principalmente de estas historias que se ven por internet en las que un niño describe a su amigo imaginario como un diablillo, una persona mayor o un niño extraño, y luego sus padres descubren que su hijo en realidad estaba viendo a los antiguos habitantes o espíritus de la casa.
Nunca me he hecho amiga de un fantasma, aunque me he topado con alguno. Lo curioso es que en realidad le tengo miedo a los fantasmas, a pesar de que aparecen mucho en mi obra.
En los últimos tiempos, los fantasmas han ido más allá de su papel tradicional orientado al terror y han adoptado su lado melancólico inherente. Son fantasmas vistos como historias inacabadas, como dolor sin procesar, como arrepentimiento por lo que no se dijo... Como escritora, ¿cuál es tu forma preferida de imaginar a los fantasmas?
Creo que los fantasmas siempre han tenido que ver con la pérdida y el dolor. En el antiguo Egipto, Mesopotamia, Grecia y Roma, su concepto del más allá estaba poblado principalmente por fantasmas inofensivos que conservaban la forma de sus vidas anteriores, pero que iban perdiendo más o menos su personalidad a medida que avanzaban por el inframundo. A veces también había espíritus que eran típicamente terroríficos y que se manifestaban cuando no se les mostraba el debido respeto o no se les hacían los ritos adecuados. Las personas del pasado pusieron mucha atención en descubrir el proceso correcto para un más allá más rápido y feliz; aquel en el que pasar todas las pruebas y al final conseguir quedarse con sus posesiones y sus recuerdos. De todos modos, mi forma típica de imaginarlos en la ficción es mucho más parecida a la antigua forma de pensar: representan lo desconocido entre la muerte y lo que sea que venga después. También representan conexiones residuales con el mundo de los vivos; puede que sus cuerpos ya no estén, pero la vida que tuvieron sigue teniendo un impacto sobre las de otras personas.
A medida que los cómics empiezan a ser considerados, de forma lenta pero segura, como parte del currículo escolar –tanto como material de apoyo como por sí mismo– obras como la tuya ayudan a fomentar el interés por la lectura y a abordar cuestiones cada vez más complejas. ¿Te planteaste eso cuando empezaste a trabajar en este cómic?
Creo que los cómics ya son formas válidas de arte y literatura, así que no pienso en absoluto en cómo las escuelas y los bibliotecarios pueden apropiarse de mis libros para sus campañas. No estoy limitada por ningún sesgo público en contra de la capacidad de los cómics para abordar el contenido, así que me centro en hacer la mejor historia posible, y si llega al público objetivo, entonces siento que he hecho bien mi trabajo.
A veces opto por un enfoque didáctico y educativo para mis cómics históricos y pienso cómo podría integrarse dicho cómic en un programa de estudios, pero tiene que ver más con la singular presentación del tema y no tanto con el formato de la presentación.
A pesar de estar dirigido principalmente a los niños, en su interior late un corazón intergeneracional que transmite un mensaje a los adultos de todas las edades sobre las ventajas de crecer (y envejecer), sobre la vida como un constante ensayo y error, y sobre nutrir a nuestro niño interior. ¿Cómo te decidiste por esta perspectiva?
Me di cuenta de que, mientras los niños tienen miedo a crecer, los adolescentes y los adultos jóvenes tienen miedo a envejecer. De hecho, creo que este es un síntoma de las mismas fobias: el miedo a no saber en qué te convertirás y el miedo a tener que abandonar tu vida para convertirte en esa persona. Creo que estos temores existen porque muchos jóvenes tienen modelos muy limitados de lo que es ser un adulto. Solo tienen padres, familiares y personal escolar. En sus series de televisión (tanto de dibujos animados como los dramas adolescentes con actores reales), los adultos se presentan como obstáculos, antagonistas o personajes secundarios muy tristes que solo piensan en el trabajo, los impuestos, el divorcio y el sexo, sin una vida interior o exterior rica. O sea, ¿quién quiere convertirse en eso? Así que recurren a los ejemplos glamurosos: celebridades y personas famosas que parecen estar dándose la vida padre, que mantienen esa juventud y perfección eternamente, lo que refuerza aún más esta desesperación por mantener la juventud cueste lo que cueste.
A medida que fui creciendo y trabando amistad con personas de todas las edades, me di cuenta de lo compleja y diversa que es la madurez. Hay muchos que mantienen sus pasiones y alegrías en la vida, que son amables y conservan muchos aspectos que se originaron en la infancia, aunque tengamos que lidiar con impuestos y tengamos arrugas en la cara. Es muy raro que los medios presenten esta experiencia matizada y, francamente, normal de ser un adulto. Pero estos ejemplos de madurez feliz existen. Yo me consideraría uno de ellos.
Una cosa que recuerdo pensar claramente cuando tenía 11 años era que seguiría viendo dibujos animados y que nunca vería esas películas monótonas y superserias para adultos... Bueno, ahora tengo 28 años y veo ambos tipos de películas, y mi vida es más rica gracias a eso. Así es como debería verse el tema de crecer y envejecer: la vida como una experiencia transformadora. Cumplir años tiene que ver con obtener la sabiduría y la valentía para determinar lo que desea tu corazón, y tener la mente abierta para enriquecer tu conocimiento.
En comparación con sus trabajos anteriores, el aspecto gráfico de El fantasma de la fiesta del té es mucho más adorable, mono y colorido, incluso en los elementos de terror (menos gótico que tu webcomic The World in Deeper Inspection). ¿Cuál fue tu enfoque artístico en cuanto al estilo, el color, el tono...?
La dirección artística de El fantasma de la fiesta del té está inspirada en los libros antiguos para niños, particularmente en el estilo sin líneas, gráfico y pintado con aguada desarrollado por la serie Little Golden Books de mediados de los años 50. Quería algo que evocara calidez, nostalgia y el placer de leer una historia totalmente ilustrada: un libro infantil clásico en forma de cómic. Para los elementos de terror, me centré más en la estética americanizada asociada con Halloween y el otoño: manzanas, hojas, gatos negros y personas vestidas con sábanas.
Para concluir, ¿te has planteado volver a visitar el mundo que has creado en El fantasma de la fiesta del té, ya sea a través de Lora o de cualquiera de los otros personajes? ¿Tienes algún otro proyecto que pueda interesar a tus nuevos lectores jóvenes?
No, El fantasma de la fiesta del té es una historia independiente con un mensaje concreto, que creo que he transmitido muy bien. Si mis nuevos lectores jóvenes quieren más cosas mías, deberían leer mi otro cómic, Mi tía es un monstruo. Podría considerarse un poco un complemento de complementaria de El fantasma de la fiesta del té, pero más centrado en el anhelo de la protagonista, que quiere crecer para poder vivir sus sueños, y en los adultos que hay en su vida, que la verdad es que son muy divertidos y estrafalarios.
Cuestionario: Ander Luque.