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El vampiro a través de los años

 Si una exitosa saga literaria adaptada al cine describiese a una criatura parecida a un zombi pero alérgica a la carne, atractiva, que hablase con elocuencia y, no sé, brillase bajo la luz del sol, ¿diríamos que se trata de un zombi, o de algo distinto?
 ¿Están de moda los vampiros? En el momento en el que escribo esta página sí, y tiene todas las trazas de que siga siendo así durante una temporada. Los vampiros están de moda, sí, pero de un modo que quizá lectores o espectadores de generaciones pasadas no hubiesen previsto. Vamos a plantear el siguiente escenario, en el que todo parecido con la realidad es una mera coincidencia: si una exitosa saga literaria adaptada al cine describiese a una criatura parecida a un zombi pero alérgica a la carne, atractiva, que hablase con elocuencia y, no sé, brillase bajo la luz del sol, ¿diríamos que se trata de un zombi, o de algo distinto?

Si a continuación se produjese un fenómeno por el cual el público demandase más historias sobre zombis que se marean al pensar en filetes y mantienen interesantes conversaciones al lado de la chimenea con sus amadas, ¿diríamos que esta aportación ha beneficiado al subgénero al avivar el interés, o que se lo ha cargado de forma irreversible al alterar los cimientos de dicho tipo de personaje? Quizá los aficionados a la imagen clásica del vampiro que ofrecía la película Nosferatu pensaron lo segundo cuando vieron a aquel húngaro engominado llamado Bela Lugosi encarnar al Conde Drácula.

Aunque todo personaje posee unas características inasequibles al paso de los años que lo hacen único y diferenciado de los demás, no tenemos que perder la perspectiva de que no deja de ser un ente ficticio y, por lo tanto, plástico, adaptable a las épocas y las modas. ¿Significa eso que vaya a lanzarme a escribir una tórrida historia de amor con vampiros luminiscentes, o que pueda gustarme esta versión? No, así que apagad las antorchas y dejad esas horcas donde las encontrasteis. A lo que aludo es a que si los tiempos cambian y con ellos las tendencias, entra dentro de lo previsible que un personaje cambie, con mayor o menor acierto, para adaptarse a dichas tendencias.

Para ilustrar este punto de vista tenemos un ejemplo impecable en el mundo del cómic; de hecho, ni siquiera vamos a tener que salir del Universo DC. Hablemos de Batman. Batman fue concebido bajo la sombra de las producciones de género negro, por lo que hay ciertos aspectos que han permanecido inmutables desde entonces: proyectar una imagen aterradora, compensar su falta de poderes con ingenio y algún que otro artilugio, seguir pistas como un buen detective hasta esclarecer el crimen, etc. No obstante, durante los años cincuenta fue un viajero espacial que se encontraba con alienígenas rosas, que le calificaban sin el menor reparo de “mejor justiciero de todo el universo”. Protagonizó una serie de televisión cómica, desenfadada e incluso ridícula según los cánones actuales, pero que en su día fue un gran éxito, hasta el punto de contar con un cameo de Frank Sinatra. Más adelante regresó a sus orígenes góticos y oscuros, solo para caer presa con el paso del tiempo de los desmelenados años noventa: convertido en un vigilante con traje de cíborg en el cómic y en un playboy con Bat-tarjeta de crédito en el cine (para disgusto de Denny O’Neil, que no pudo contener un grito de disgusto al ver la escena en la gran pantalla), poco había en aquel personaje de su versión primigenia. Actualmente, tanto en el cómic como en el cine encontramos un Batman que aúna las facetas más atemporales del héroe. Sin embargo, ¿quién nos asegura que dentro de unos años no nos encontraremos con una versión totalmente diferente, incluso rocambolesca?

La idea, pues, es que aunque un icono reúna una serie de características que conforman su identidad, estas pueden verse afectadas con una facilidad mayor de la que estamos dispuestos a asumir. Nada está escrito en piedra, nada es sagrado, y cuando la creatividad llama a tu puerta con ideas nuevas, no puedes evitar que entre y se ponga a cambiar todos los muebles de sitio. Por ello merece la pena probar cosas nuevas, aún a riesgo de algún que otro experimento fallido o de la reacción airada de los aficionados. Peter Milligan y Joshua Hale Fialkov lo saben bien.

Empecemos por Peter Milligan. Si hay un trabajo del autor que encarna este principio –la negativa a que haya conceptos inviolables– es Fuerza X, para Marvel. El irlandés se topó con un concepto quemado, tan gastado y vacío como los miles de cartuchos que se dispararon durante la fiesta de la testosterona que fueron los años 90 en el mundo del cómic, caduco. Podría haberle aplicado el desfibrilador a aquel comatoso concepto con la expectativa de devolverle un mínimo pulso... pero eligió hacer una locura. Experimentar. Cambiar los muebles de sitio. Convirtió Fuerza X en una parodia ácida de la programación televisiva moderna, el consumo inconsciente y descerebrado, la obsesión por crear ídolos para luego echarlos abajo con virulencia, el estilo de vida de los famosos, el ego, la existencia vacía en la que la felicidad se alcanza a través de productos, fama y sexo superficial. Con una especie de pepino flotador de poderes vagos que hablaba en un idioma alienígena.

De pronto, el concepto de zombi parlanchín y alérgico a la carne no parece tan descabellado, ¿verdad que no?

Fuerza X fue un éxito de crítica y mantuvo viva la serie más allá de sus limitadas esperanzas de vida. Porque se atrevió a romper el molde y probar algo nuevo.

Joshua Hale Fialkov podría haberse limitado a escribir una historia de terror genérica. Es fácil: asesinos, un ambiente sórdido, pistas, un detective abatido con una última misión que cumplir... Escribir, cobrar el cheque, archivar. Sencillo. Pero prefirió idear el concepto de una aldea creada por veteranos de la guerra de Vietnam para aislarse por completo del resto del mundo y crear una Arcadia feliz donde nadie tuviese que vivir los horrores que ellos debieron experimentar. Había nacido Elk’s run: La huída de Elk. La recompensa llegó en forma de siete nominaciones a los premios Harvey y la recomendación entusiasta de muchas importantes personalidades del mundo del cómic.

Quizá por eso decidieron en DC ponerle al mando de la serie regular Yo, vampiro, en la que habría de insuflar vida a la figura del vampiro e integrarla en el Universo DC. Fialkov habló largo y tendido sobre ello, sus influencias y el proceso creativo, en una entrevista para la página web Comic Book Resources. “Andrew Bennett [protagonista de la serie] es un tipo con un poder tremendo, solamente igualado por su sentimiento de culpa. [...] Soy un gran aficionado a [la serie de televisión] Buffy Cazavampiros y a 30 días de oscuridad, y me gusta pensar que lo que hacemos se encuentra a caballo entre las dos obras. Combinamos romance y terror, como en Drácula. Tengo mucha experiencia en trabajar con ficción y vampiros: he adaptado las novelas románticas Dark Hunter al formato manga, además de haber llevado a cabo una cantidad ingente de trabajo en el manga Princess Resurrection. Escribí Vampirella durante un año o dos e incluso trabajé en una serie de creación propia para la editorial Dark Horse en la que utilizaba un enfoque más científico para aproximarme al vampiro. Joder, si hasta mi primer encargo remunerado en la industria del cómic fue escribir una historia corta ambientada en el universo de 30 días de oscuridad. Conozco a los vampiros”.

Además de hacer gala de su familiaridad con las criaturas de la noche, Fialkov también defendió ese rasgo que le hace conectar con Peter Milligan: su originalidad, su incapacidad de ajustarse a lo establecido, a la norma: “Si lees cualquiera de mis trabajos, comprobarás que me resulta casi imposible escribir algo normal y corriente. Creo que por eso se pusieron en contacto conmigo para escribir la serie”.

Así las cosas, es evidente que nos encontramos ante dos guionistas que no se arredran a la hora de dejarse llevar por lo que les apetece contar, que no se sienten intimidados por las normas. Su versión del vampiro es familiar pero, sin embargo, diferente. A medio camino entre el seductor, el nigromante y el monstruo, proyecta una imagen sobrenatural a la par que aterradora sin por ello dejar de tener un cierto atractivo difícil de describir. Con un punto atormentado, místico. No es la criatura grotesca de Nosferatu, pero no faltan en estas páginas vampiros brutales más próximos al animal que al ser humano. No es el caballero aristocrático encarnado por Lugosi ni el monstruo sediento de sangre interpretado por Christopher Lee, no es el amante inmortal creado por Stephanie Meyer ni el ser gótico de Anne Rice, no es el urbanita moderno que se retrata en True Blood o la presencia aterradora que se nos relata en Soy leyenda o 30 días de oscuridad. Es... algo distinto. La interpretación de dos profesionales de un mito que, por mucho que cambie, siempre podrá identificarse como tal.

Alberto Morán