“Oíd los plañidos de esa subespecie alada que revolotea por el Cielo.
Son los mensajeros del Creador, los que han de anunciar el Día del Juicio.
No son ni dioses ni humanos… Se les conoce como ángeles.”
En julio de 1994 (o de 1999, según la cronología interna de la serie), el mundo conoció el tormento de Alexiel, el Ángel Orgánico de tres alas, condenada a ver su alma reencarnada por toda la eternidad en seres humanos destinados a la tragedia. Este era el caso de Setsuna Mudō, un adolescente problemático y perdidamente enamorado de su hermana Sara, lo cual lo carga de culpa y lo aboca al destino miserable y muerte violenta de todos los recipientes del alma de Alexiel. Al borde de un nuevo milenio, o acaso del fin del mundo, sus fieles han liberado a Rosiel, el Ángel Inorgánico, hermano gemelo de Alexiel, a la que rogó que le diera muerte antes de enloquecer por completo y desatar la destrucción, pero ella se vio incapaz y ahora las consecuencias pueden resultar apocalípticas.
Bajo esta premisa tan de finales de los 90, en las páginas de Angel Sanctuary convergen las teorías del fin del mundo ligadas al efecto 2000 (no en vano, el manga terminó de serializarse a finales del año 1999) con la estética gótica, el auge de la ciencia-ficción tecnoorgánica post-Akira y una amalgama de mitologías religiosas. De esta corriente apocalíptica venían antecesores como X de las CLAMP o, siguiendo con la religión, sucesores de Angel Sanctuary como Neon Genesis Evangelion ese mismo año 1994. De hecho, lo que Kaori Yuki construyó en este shōjo bien podría catalogarse como radiografía de una época, de las sensibilidades, géneros y temáticas del momento. Esto puede apreciarse, sobre todo, en los primeros volúmenes de la serie, cuando aún estaba definiendo el género al que quería adscribirse.
El arranque, en todo su esplendor goth, marida la épica grandilocuente de los ángeles con el horror tecnológico a través de un videojuego, Santuario de Ángeles, que parece estar poseyendo y nutriéndose de sus usuarios. En el segundo volumen, cobra protagonismo el romance trágico entre los dos hermanos, dejando a un lado el resto de tramas, buscando captar al público más interesado en las historias de amores prohibidos. Pero una vez que la serie terminó de afianzarse, Yuki redobló su apuesta por la tragedia panmitológica del cielo, el infierno, su configuración entre lo cristiano, lo judío y lo puramente elemental, y la incorporación de tradiciones tan alejadas como la nórdica (con el árbol del mundo Yggdrasil y el dragón Nidhogg) y la griega (emulando el descenso de Orfeo al Hades en pos del alma de su amada muerta, Eurídice). Todo cabía en Angel Sanctuary, porque en el centro de la serie latía un corazón, oscuro y retorcido pero de latidos irrefrenables, en la forma de los amores imposibles que aquejan, de un modo u otro, a sus distintos protagonistas.
Evidentemente, cuando hablamos de una obra que en 2024 cumple treinta años, es inevitable señalar que el tratamiento de algunos aspectos no ha envejecido tan bien como el arte de Yuki, sobre todo en lo relativo al género, la sexualidad y ciertos estereotipos y preconcepciones ligados a ambos. Pero también cabe señalar los intentos de la serie por presentar género y sexualidad como conceptos fluidos, cambiantes e igualmente hermosos en su diversidad a través de personajes de belleza andrógina y pasiones, a menudo, indistintas entre hombres, mujeres y seres no binaries como son muchos de los ángeles.
No por ser cuestionables o prohibidos, sea por cuestiones ético-morales (como el incesto entre hermanos) o por leyes ultraterrenas, esos amores son menos intensos, apasionados o desgarradores. Angel Sanctuary es una tragedia romántica sobrecargadamente hermosa con ángeles bellísimos, demonios tentadores y emociones siempre a flor de piel que bailan una danza de la muerte al borde del Apocalipsis. El tiempo se ha detenido al final del segundo milenio y solo podremos salvar el mundo si llegamos hasta la última página… o no.
Texto: Ander Luque.