Eccediciones
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Compositor- Kazuo Kamimura

Cuando hacía muy poco que me había casado, le repetía hasta la saciedad a mi mujer que se fijara en la revista para hombres Heibon Panchi.

Estaba seguro de que en ella aparecería Kazuo Kamimura como ilustrador, y esa era la razón por la que quería que se fijara, ya que, en esa época, yo le estaba buscando.

Tanto el hecho de que se habría convertido en ilustrador como que Heibon Panchi era el lugar donde se le publicaría eran puras especulaciones, pero, aunque no tenía ningún funda-mento sólido, estaba prácticamente convencido de que no me equivocaba.

En nuestra época de adolescentes, Kazuo Kamimura y yo nos sentábamos uno junto al otro en el departamento de planificación de una agencia de publicidad. Yo era un empleado permanente, pero él aún era estudiante de la facultad de Bellas Artes de la universidad de Musashino y trabajaba a media jornada.

Aquel no fue un encuentro inevitable.

Éramos un empleado que no había revelado ningún talento en especial y que solo se de-dicaba a dibujar storyboards para anuncios como trabajo rutinario y un estudiante de Bellas Artes que trabajaba a media jornada y que tenía un aire misterioso, y el hecho de que trabajásemos en la misma compañía durante varios meses no tenía nada de extraño.

Al cabo de medio año, Kazuo Kamimura dejó la agencia de publicidad, y habría sido absolutamente normal que ningún empleado tuviera un recuerdo nítido de él.

Pero, excepcionalmente, yo sentía que aquel medio año había sido inevitable y percibía la importancia de mi encuentro con Kazuo Kamimura casi con fanatismo.

En resumen, no sé lo que pensarían los demás, pero para mí no era una persona ordinaria. Durante el medio año que Kazuo Kamimura pasó en la agencia de publicidad, me sentí en­tusiasmado y feliz por haber visto por primera vez en mi vida el talento ajeno, y me divertía proponiéndole cosas imposibles e irrazonables y viendo cómo su talento se esparcía como pequeños fuegos artificiales.

Puede que Kazuo Kamimura dejara la agencia porque esta no le satisfacía, pero puede que también sintiera que quería huir de mí. Yo le acosaba cada día, pidiéndole que compusiera una melodía o que me hiciera un dibujo tipo ukiyo-e o un grabado de la época de Edo.

Sin embargo, a pesar del profundo interés que tenía por él, durante varios años después de que dejara la agencia apenas tuvimos contacto, y con el tiempo dejé de tener noticias suyas, hasta que, de repente, se me ocurrió decir que se habría convertido en ilustrador y que apa­recería en la revista Heibon Panchi.

Por fin, tal como había previsto, descubrí el nombre de Kazuo Kamimura en la revista Heibon Panchi. Había dibujado la ilustración del artículo de otra persona. El tamaño del dibujo era pequeño y el nombre aparecía de forma discreta, pero me alegré de la evidente existencia de Kazuo Kamimura.

Aquel incidente sirvió para que Kazuo Kamimura y yo volviéramos a encontrarnos des­pués de varios años, ya que, al cabo de poco tiempo, le pedí su dirección a la redacción de la revista y le escribí una carta diciéndole que quería verle a toda costa.

Por aquel entonces, yo ya era guionista de radio y televisión y había planificado varios programas, con lo que mi carrera marchaba sobre ruedas. Entonces, empezaron a hablarme de escribir la letra para un disco y eso también despertó mi interés.

Por eso, aunque también quisiera ver a Kazuo Kamimura por nostalgia y por la esperanza que tenía en su futuro, la razón principal era que le necesitaba como compositor.

Tenía la oportunidad de ser letrista y eso me interesaba a mi manera, pero no tenía intención de escribir canciones populares tradicionales y solo quería hacerlo porque quería crear un nuevo tipo de letras. Suena arrogante, pero eso era lo que pensaba.

Para ello, tenía que encontrar a un compositor que tuviera el mismo entusiasmo y sensibilidad que yo. Por muy nueva que fuera la letra, no podría evitar que quedara modificada al ponerle una melodía y una forma tradicionales. Además, teniendo en cuenta las relaciones de posición y de poder, era muy posible que la modificaran. Si me decían que con aquello no se podía hacer una canción, yo no seguiría adelante.

Quería hacer algo nuevo y, por eso, no me esforzaba por que la letra pudiera convertirse en una canción, sino que buscaba desesperadamente a un compositor.

Entonces, recordé el talento de Kazuo Kamimura como compositor y pensé, arbitrariamente, que si era con él, no había duda de que podríamos crear canciones que se salieran de los límites de las canciones de moda.

Durante ese medio año en que nuestras mesas habían estado juntas en la agencia de publicidad, me enteré de que tocaba bastante bien la guitarra flamenca y, por supuesto para divertirme, le pasé no sé cuántas letras para que me hiciera la música. Esta era una de las cosas imposibles e irrazonables que he mencionado antes, y así surgieron bastantes melodías de las que me quedó cierta impresión.

No obstante, en aquella época, no teníamos ninguna intención de hacer nada con ellas, no eran más que un modo de matar el tiempo del descanso para el almuerzo y, dicho de mejor forma, era como un pequeño rito para verificar a escondidas nuestro talento.

Al recordarlo, me entusiasmé yo solo pensando que arrastraría a Kazuo Kamimura al mundo de los discos y provocaríamos una revolución.

Sin embargo, cuando nos encontramos después de varios años, mientras hablábamos de una cosa y otra, perdí la ocasión de hablarle de mi asunto, o mejor dicho, tuve muchas opor­tunidades de hacerlo, pero se me olvidó, no sé por qué, y no le dije nada. Aún no sé el motivo por el que abandoné el principal objetivo de nuestro reencuentro.

No di lugar al nacimiento del compositor Kazuo Kamimura, pero nuestra conversación fue cobrando brío y terminamos decidiendo que haríamos juntos un gekiga o manga de época.

Tras una carrera de siete años en la agencia de publicidad, tenía plena confianza en mí mismo para hacer el proyecto del libro, así que me ofrecí a escribir el proyecto y le pedí que él se ocupara de la creación de los personajes. Decidimos que, lo lleváramos adonde lo lle­vásemos, pediríamos que nos lo serializaran. Así fue como empezamos a hablar de la obra Parada.

No sé qué es lo que les gustó de Parada, pero de pronto se decidió que la serializarían durante medio año, lo que tanto para Kazuo Kamimura como para mí fue algo muy preci­pitado.

En aquellos tiempos, la palabra gekiga no existía, y en Parada ponía que era un “manga novel”.

Esto sucedió hace ya 20 años.

Me da la sensación de que, siendo ambos jóvenes en una época de incertidumbre, había­mos percibido el olor del respeto que nos teníamos mutuamente.

En todo caso, Kazuo Kamimura no llegó a ser compositor.

Yû Aku (letrista y novelista)

Artículo publicado originalmente en las páginas de Historia de una Geisha. ¡Ya a la venta!