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Casos violentos, de Neil Gaiman y Dave McKean

INTRODUCCIÓN- De la reedición de Casos violentos de 2003

Conocí a Dave McKean en 1986.

Él estaba en Bellas Artes. Yo era periodista novel. Nos habían contratado a los dos para una antología del cómic británico (da igual cómo se llamara, nunca vio la luz, y dudo mucho que el mundo se haya perdido nada importan­te). Él se encargaba de dibujar dos tiras y yo de escribir el guion de otras tres. Los dos teníamos las ideas bastante claras al respecto del tipo de cómics que queríamos leer, del tipo de cómics que nos gustaban.

Eran tiempos emocionantes. A los dos nos embriagaba el potencial del medio, la hasta entonces extraña idea de que los cómics ya no eran solo para niños (en caso de que alguna vez lo hubieran sido), la infinidad de posibilidades.

Dave se fue una semana a Nueva York a enseñar su porfolio a todas las editoriales de cómics que encontró. Le mandaron de vuelta a su casa sin inmutarse. Yo escribía artículos para revistas y periódicos, y hacía lo posible para dar a conocer Maus, Watchmen, Love & Rockets, Elektra: Assasin. Todo lo bueno que se publicaba entonces.

En Inglaterra, la mayor parte de todo lo bueno aparecía en Escape, una revista editada por Paul Gravett. Publicó un artículo sobre la nueva antología del cómic británico para la que trabajábamos Dave y yo, y le gustó mi forma de escribir, y le gustó el dibujo de Dave, y nos preguntó si nos gustaría trabajar juntos y hacer una historia de cinco páginas para Escape. Aceptamos encantados.

Hablamos de lo que queríamos: que fuera un cómic para gente que no lee cómics; que no fuera de superhéroes ni de ciencia ficción, que no mostrara elementos característicos de ningún género. Queríamos hacer algo que pudié­ramos enseñar a nuestros amigos, para que se lo leyeran, y si teníamos suerte, para que lo respetaran.

Me puse a pensar.

Una de las cosas que más me habían impresionado de Dave hasta la fecha, aparte de su habilidad para imaginar y dibujar sin pantalones a la mayoría de sus conocidos, era su sentido de la narración y del diseño. Sabía que si iba escribir una historia para que él la dibujara, debía dejar que fuera él quien la contara, debía dejarle descubrir la progresión de viñetas.

Muy bien. Yo haría el guion y Dave se encargaría del dibujo.

Terminé la historia –borrones de palabras sembrados de agujeros del tamaño de viñetas–, pero no tenía título. Presenté la historia en la convención de Milford y me dijeron que era buena, y a Garry Kilworth se le ocurrió el título. Estaba en el propio texto. Le di el manuscrito a Dave y se puso con ello. Fuimos a ver a Paul Gravett y le explicamos con cierto miedo que lo que al final habíamos pensado hacer era una novela gráfica de 44 páginas. ¿Aún estaba interesado en publicarla? Lo estaba. Dave presentó la distribución de viñetas, discutimos sobre ello; Dave pidió cambios en el texto, discutimos sobre ello; así estaba genial. Dave se puso a dibujar.

En algún momento de todo aquello, la antología del cómic británico se retorció de dolor, dio un par de alaridos y murió. No nos dimos ni cuenta. Estábamos inmersos en un mundo de fotos antiguas, retales de tela y hojas de hiedra, de gánsteres y osteópatas y fiestas de cumpleaños.

Terminamos en 1987. Alan Moore hizo una introducción, y mucha gente aportó citas para la contraportada. Titan Books lo publicó a finales de 1987 en colaboración con Es­cape. En blanco y negro.

Hagamos un viaje de unos cuantos años hacia el futuro (saltándonos por el camino todo lo que nos ocurrió a Dave, a mí y a Casos violentos, que, en el caso de este último, fue que no dejó de imprimirse desde su publi­cación, se adaptó al teatro y, sorprendentemente, nos permitió ganar bastante pasta en concepto de dere­chos de autor) hasta la llegada de Tundra. Mostraron interés en publicar la versión americana de Casos violentos. Dave y yo estábamos emocionadísimos. Nunca se había distribuido correctamente en los Estados Unidos y solo la gente que había tenido el privilegio de ver los dibujos originales de Dave era consciente de las maravillosas gamas cro­máticas de azules, grises y marrones que había introducido en ellos. Así es como Casos vio­lentos tenía que ser.

Dave y yo hemos hecho otras muchas cosas desde aquel cómic, juntos o por separado, a veces con menos éxito, otras, espero, con más, pero aquí es donde empezó todo. Aquí es donde empezamos.

Y aunque los sentimientos que uno al­berga por sus hijos (y por sus padres, ya que estamos) suelen resultar contra­dictorios y no hay que mostrar favori­tismos, Casos violentos fue nuestro primer hijo y, como tal, siempre po­drá contar con nuestro amor y nues­tra lealtad. Seguimos estando orgu­llosos de él. Sobre todo ahora, con su vestido de fiesta y estrenando abrigo de colores.

Neil Gaiman
Sussex, marzo de 1991

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