Eccediciones
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Cambios

Ahora que se han revelado algunas de las grandes dudas generadas en los primeros números de la serie, nos embarcamos, nunca mejor dicho, en una segunda parte que nos conducirá hacia el inimaginable final de la saga de Yorick. Brian K. Vaughan se sabe heredero de la tradición de la ciencia ficción especulativa, y no son pocas las preguntas que su fértil imaginación lanza y va respondiendo cuando considera que ha llegado el momento adecuado: ¿Qué sería de un mundo que repentinamente se queda sin hombres y en el que la clonación humana no es todavía posible (tal y como queda establecido por el fracaso de la Dra. Mann)? En este tomo vemos una posible respuesta: el mundo se deja morir, alejándose de la realidad poco a poco. El opio, y por tanto la heroína, se convierte en una escapatoria válida del destino inmediato, y como consecuencia directa en una moneda de cambio esencial en un mercado internacional que ya no depende del dinero o el oro, sino de los productos de primera necesidad y de todo aquello que suponga sobrevivir un día más. El mundo languidece a cada segundo, pero tampoco necesita ser consciente de ello durante todo el proceso. Los cuerpos de seguridad han desaparecido casi por completo, pues 9 de cada 10 agentes, según afirma este cómic, eran machos y no hembras. La capitana de La Ballena nos cuenta su historia, su ascenso en el escalafón y cómo su caso supone una excepción, una rareza, pero a su vez se lamenta de que, incluso cuando solo queda un hombre vivo, su liderazgo se vea amenazado por el antiguo patriarcado en el momento en el que Yorick entra en escena. Apenas quedan ejércitos que se mantengan en pie de forma competente (con el israelí en cabeza, dado que en Israel la instrucción militar también es obligatoria para las mujeres). En resumidas cuentas: a estas alturas de la serie, la desoladora respuesta de Vaughan a la pregunta “¿Qué sería de un mundo sin hombres?” es ni más ni menos que “El caos más absoluto”, la anarquía y una más que probable y lenta muerte de la especie humana. No obstante, queda todavía bastante camino por recorrer hasta obtener una respuesta final, y hasta entonces es el lector quien debe recoger las pistas, analizando los brillantes diálogos que pueblan incluso las páginas de acción pura y dura, y tratando de atar cabos. En realidad todo son simples hipótesis hasta que la serie alcance su conclusión, pero lo que sí es una realidad tangible, una constante, es que Vaughan sabe cómo administrar los elementos con los que juega y así airear la habitación con generosa regularidad, manteniendo el interés número a número sin que el lector pierda el entusiasmo en ningún momento.

Como hemos podido leer en este número, consecuencia directa de los hechos sucedidos en el anterior, ahora Yorick y compañía ya no centran sus esfuerzos en llegar al laboratorio alternativo de la Dra. Mann, sino que su actual tarea, dictada en parte por sus sentimientos hacia el entrañable capuchino, es la de localizar y recuperar a Ampersand. Ya sabemos que Ampersand y no Yorick es la clave de la supervivencia de la humanidad, y que su secuestradora no repara en gastos (de vidas humanas, sobre todo) para llevarlo hasta la misteriosa persona que la contrató. Cambio argumental que nos arrebata a uno de los protagonistas de la obra hasta ahora, una de sus constantes. Precisamente uno de esos elementos constantes en la serie es la introducción de nuevos personajes prácticamente en cada número, y el más importante en este tomo es la marina australiana Rose Copen, que experimenta un proceso de transformación relacionado con la misión de nuestros protagonistas de rescatar a Ampersand. En Y, el último hombre muchos personajes vienen y van, caen víctimas de la fatalidad o bien apenas tienen un minúsculo granito de arena que aportar a la trama antes de continuar su camino, pero Rose ha venido para quedarse, y en próximos tomos descubriréis qué es lo que el destino le tiene reservado. Otra constante en la serie es la evolución de la relación que sostiene la frágil alianza del trío Yorick-Mann-355, que ya han vivido decenas de aventuras a lo largo de los dos años largos que llevan viajando juntos. 355 confesó su amor por Yorick en pleno delirio tiempo atrás (algo que no recordaría más tarde), provocado por un golpe en la cabeza, mientras que en este número... basta decir que habrá novedades al respecto y que, por fin, tendremos noticias de un personaje clave en el inicio de la colección.

No es la primera vez que Y, el último hombre cuenta con un invitado especial como dibujante temporal, como por ejemplo en los dos números dibujados por el gran Paul Chadwick publicados en nuestro tercer tomo, y en este volumen es el croata Goran Sudžuka quien le proporciona a Pia Guerra un merecido descanso con los lápices durante cuatro números (los correspondientes a los del 32 al 35 americanos). Como habréis podido apreciar, su estilo se acerca todo lo posible al de Guerra en los cuatro números que dibuja, tanto es así que con posterioridad el propio Sudžuka dibujaría varios números más, llegando casi hasta el final de la serie. Su aportación no es tan personal e intransferible como lo fue la de Chadwick, pero sí cumple con el cometido de proporcionar continuidad y uniformidad a la serie dentro de lo que fue un estricto calendario mensual. El trabajo de Sudžuka puede apreciarse mejor en otra serie Vertigo que creó junto a Jamie Delano con anterioridad a su trabajo en Y, el último hombre, Outlaw Nation, de la que dibujó los ocho primeros números para después ser sustituido por otro croata, su tocayo Goran Parlov, hoy toda una estrella en Marvel.

Y en este punto lo dejamos por este mes, con Yorick buscando a uno de sus mejores amigos, con su prometida más cerca que nunca, con una nueva aliada y con sus dos mejores amigas en el mundo generando tensiones en el grupo. Todo cambia, nada es como esperas.

David Chaiko

Artículo originalmente publicado en Y, el Último Hombre núm. 6: Chica con chica.